Alguno de estos actos conmemorativos ha estado sesgado hacia uno de los componentes de aquella variada representación, en concreto el sector que en la terminología de la época identificamos como democristiano. Y siendo cierto que el propio Ruiz-Giménez y su núcleo más próximo respondían a esa tendencia, sería empequeñecer la importancia de lo que impulsó desde el principio como fue crear, en plano de igualdad, un lugar de encuentro de demócratas de todos los colores, comprometidos en la búsqueda de un espacio desde el que romper la tenaza a la libertad de expresión impuesta por el Régimen y servir, en la medida de lo posible, a la demanda de libertades a las que aspiraba la mayoría de la sociedad. Sin olvidar que algunos de los más caracterizados miembros del núcleo básico inicial de Cuadernos se integró en el PSOE antes de que comenzara la Transición a la democracia.
Rememorando aquella experiencia cabría preguntarse cómo fue posibleque una revista que, pese al tono moderado de sus páginas resultaba claramente crítica con el franquismo, pudiera ver la luz y mantenerse desde 1963 hasta algunos años después de la muerte de Franco. Aunque sean varias las hipótesis, una de ellas podría atribuirse al relieve público y al prestigio alcanzado por Ruiz-Giménez, precisamente por haberse distanciado abiertamente del Régimen que en un momento dado le nombró Ministro de Educación. En cierta manera eso le hacía menos vulnerable. Pero hay que recordar que distanciarse en aquella época habiendo ocupado altas responsabilidades requería no sólo mostrar el rechazo a la muy prolongada ausencia de libertades sino una buena dosis de coraje ya que, como poco después de la publicación de Cuadernos pude personalmente comprobar a través de un panfleto de nauseabundo tufo fascista, la propia integridad física de don Joaquín no estaba asegurada. Cabe también pensar que, justo en el período en el que apareció Cuadernos, arreciaba una campaña internacional contra la dictadura y su represión, que obligó a algunas personalidades del Régimen a intentar paliarla mediante lo que desde las, a su vez incipientes, Comisiones Obreras llamábamos un lavado de cara. Intento que se frustró al poco tiempo, pues la propia naturaleza del franquismo estaba indisolublemente asociada a la negación violenta de todos los derechos y libertades democráticas.
Que la envergadura ética y el compromiso por abrir caminos de libertad, de respeto al pluralismo y de justicia social formaban parte de la identidad de Ruiz-Giménez puede ilustrarlo la experiencia que vivimos en una empresa de las consideradas cuna de Comisiones Obreras, como fue Perkins Hispania. Don Joaquín era presidente de su Consejo de Administración. Tuvimos un litigio con la nueva dirección de la fábrica, que acabó en la Magistratura de Trabajo. Se trataba de eliminar un derecho que desde el Jurado de Empresa, órgano de representación sindical en aquellos tiempos, considerábamos adquirido. Le pedimos a don Joaquín así nos referíamos siempre a él- que como conocedor de los antecedentes testificara a nuestro favor. Así lo hizo e inmediatamente fue destituido del cargo. Precisamente al despedirse me comentó que iba a lanzar una revista que llamaría Cuadernos para el Diálogo en la que me pidió que colaborara. Así lo hice y así se consolidó una relación de gratitud, afecto y amistad que, mediando distintas peripecias, incluida la defensa que como abogado ejercicio en dos de mis procesos ante el Tribunal de Orden Público, se convirtió en permanente.
Siempre he pensado y he comentado con frecuencia que a Joaquín Ruiz-Giménez la democracia le debe mucho más de lo que le pagó. Porque su aportación no consistió solo en sacar adelante Cuadernos para el Diálogo: fue un testimonio continuo de compromiso con la tolerancia, la convivencia entre los españoles y, sobre todo, con la democracia y sus libertades. En este Aniversario y dada la involución que en todos los órdenes estamos viviendo hoy en España resulta oportuno recordarlo.