GUILLEM SANS MORA:
1. El resultado de las elecciones alemanas confirma que los grandes partidos se encogen y suben los pequeños. Esto es en parte consecuencia de una legislatura de gran coalición. Tanto los simpatizantes del socialdemócrata SPD como los que apoyan a la conservadora CDU/CSU han visto traicionado en la gran coalición el perfil que atribuyen a sus respectivos partidos. En otras palabras, los votantes de la CDU/CSU creen que la actuación de Angela Merkel ha sido demasiado socialdemócrata, mientras que muchos votantes tradicionales del SPD optaron por no votar o castigar a los socialdemócratas, porque creen que el partido no aprende de los errores del pasado y ha traicionado sus ideales. La consecuencia de estas elecciones será un Gobierno conservador-liberal que sorprenderá a muchos porque no será tan neoliberal como se espera. El déficit alemán no deja espacio para las grandes bajadas de impuestos prometidas por Merkel y los liberales. Curioso regreso al poder de la derecha en Alemania, encabezada por una mujer, la canciller Merkel, y un homosexual, el líder liberal Guido Westerwelle.
2. El SPD tiene que digerir la herencia de Gerhard Schröder y recomponerse con un giro a la izquierda, pero sin acercarse demasiado al partido Die Linke de Oskar Lafontaine y Lothar Bisky. En los últimos sesenta años, el SPD sólo ha llegado al poder cuando ha sido capaz de presentar una oferta para distintas capas sociales. Si cede a la retórica izquierdista de Die Linke, nunca recuperará su mayoría social. Pero si sigue como hasta ahora, seguirá en el agujero. El dilema es de muy difícil resolución.
3. Alemania nunca tuvo un sistema bipartidista. Hasta entrados los años ochenta, el partido liberal FDP fue la formación bisagra que gobernó a veces con la CDU/CSU y a veces con el SPD. A partir de la segunda mitad de los ochenta, los Verdes dejaron de ser una competencia molesta para el SPD y maduraron hasta poder presentar un proyecto de Gobierno que triunfó en 1998 con el socialdemócrata Gerhard Schröder y el verde Joschka Fischer. La Izquierda, fusión de los poscomunistas del este con socialdemócratas y sindicalistas desencantados con el SPD, ha añadido en esta legislatura un quinto actor al sistema de partidos. Así, la CDU/CSU y el FDP ocupan la derecha del hemiciclo, mientras que en la izquierda están el SPD, los Verdes y el partido de Lafontaine. El SPD tendría que hacerlo muy mal para que La Izquierda siga creciendo.
4.La alta abstención (un 72,5%, la más baja participación de la historia) ha perjudicado claramente al SPD. Muchos simpatizantes socialdemócratas creen que el partido ha traicionado sus principios y que sólo en la oposición tendrá una oportunidad de regenerarse. Unos 2,1 millones de alemanes que en 2005 votaron al SPD se han quedado esta vez en casa. Otro millón votó a Die Linke. La CDU/CSU obtuvo el segundo peor resultado de su Historia. Los simpatizantes del bando de la derecha han votado tácticamente, dando el voto al candidato directo a la CDU/CSU y el voto de las listas al FDP, como forma de asegurar esta coalición. El FDP arrebató a la CDU/CSU alrededor de 1,1 millones de papeletas.
ANTONIO LÓPEZ PINA:
1. Sólo ha acudido a las urnas el 72% de los electores, 6% menos que en las elecciones de 2004. La confianza popular en los dos grandes partidos se ha visto considerablemente erosionada. De un total de 622 escaños, obtienen 239 (33’8%) la CDU / CSU, 146 (23%) el SPD, 93 (14’6%) el FDP, 76 (11’9%) la Izquierda (Die Linke) y 68 (10’7%) los Verdes. El partido Die Linke dota de relieve al contraste Alemania Oriental- Occidental. En Brandenburgo, Die Linke es el primer partido. En los distritos occidentales, Die Linke obtuvo 8’3%. En Alemania Oriental, sus 28’5% la colocan a la altura de la Unión Cristiano – Demócrata como un nuevo Volkspartei. El SPD — un partido a quien se acusa de haber olvidado sus orígenes, de haber sido un mero comparsa de la CDU, de ser responsable de la conservadora reforma social (Hartz IV y de la Agenda 2010) y cómplice de la intervención alemana en Afganistán — tiende a esfumarse entre la Unión, Die Linke y los Verdes: en toda Alemania Oriental el SPD obtiene 17’9%, casi la mitad que el año 2004. Por su parte, la democracia cristiana ha obtenido su segundo peor resultado desde 1949: con un magro 33’8%, pierde — incluso en Baviera – de elección en elección cada vez más apoyo social. Su reciente relativa social-democratización es una espada de doble filo: ahora mismo sufre de incertidumbre acerca de la propia identidad.
2. La ejecutoria de los gobiernos alemanes de la última década no merece sino la calificación de mero taller de reparaciones, bajo la presión de las elites económicas y mediáticas. La Sra. Canciller ha anticipado que quiere mantener el legado de la Grosse Koalition; siempre ha estado caracterizada por su sobriedad y no da la impresión, de que de ella quepa esperar proyecto alguno que no consista en salvar los muebles y mantener el propio poder. De los liberales se conoce poco más que sus planes de rebaja fiscal, reforma del impuesto sobre la herencia y de moratoria de las centrales nucleares. … Y que aparecen como los grandes triunfadores de los comicios, justo tras la quiebra mundial del neoliberalismo. La sospecha del FDP de Westerwelle de la intervención del Estado y el elán desrregulador carecen, sin embargo, de margen metidos como estamos en la crisis. La modernización llevada a cabo por social – demócratas y verdes bajo la Cancillería de Schröder es irreversible: la coalición CDU – FDP no puede por menos de asumir el legado de los gobiernos previos. Una ofensiva en materia de energía nuclear sólo serviría a reproducir como farsa la confrontación de los años ochenta. ¿Qué va a tener mayor peso, la victoria sobre la regulación de las transacciones financieras, de Merkel y Sarkozy, en Pittsburgh, o el fundamentalismo del déficit cero, de la independencia a toda costa del Banco Central Europeo, en fin, de la hostilidad a la intervención del Estado, de Guido Westerwelle? ¿Mantendrá el nuevo gobierno su respeto a los gigantes alemanes de la energía o va a privarles de su monopolio imponiendo la libre competencia? Por lo que concierne a las relaciones franco – alemanas, los desencuentros entre Merkel y el Presidente francés son legión: la Sra. Canciller considera que sus interlocutores naturales son Obama y Putin; se desentiende de la idea sarkozyana de una Europa – gran potencia; en materia de política energética nada tiene en común con Francia; condena la idea sarkozyana de hacer de la presidencia del euro – grupo el gobierno económico de Europa y de someter a control político al Banco Central Europeo; a la hora de plantear una solución europea a la crisis financiera se ha colocado detrás de las propias barricadas nacionales. En fin, el acuerdo del G-20 se da de bruces con las respectivas ideas sobre el déficit presupuestario y la deuda pública: con tales presupuestos, no parece tener sentido pensar que vaya a haber convergencia franco – alemana en las políticas económica, fiscal, industrial, energética o exterior. Estos años hemos admirado la gestión de la Sra. Merkel como buena ama de casa, hija de Pastor protestante, procedente de Alemania Oriental, que hace sus deberes; nada melindrosa por otra parte en la lucha personal por el poder. Sin embargo, acostumbra con frecuencia a ser pacata en sus planteamientos, nacional – alemana, plegada a los intereses norteamericanos, fría respecto de las relaciones con Francia, con escasa sensibilidad para el proyecto europeo, ignorante de lo que significan Europa Occidental y las relaciones internacionales, voluntarista de labios afuera de la regulación de los mercados en Pittsburgh, sin perjuicio de haber manifestado unas semanas antes en el Congreso de Leipzig su entusiasmo por el mercado. ¿Es creíble que una coalición demócrata – cristiano – liberal vaya a estrechar el cerco internacional a la especulación en los mercados? De la Sra. Merkel no es de esperar otra cosa que su adaptación a los constreñimientos de la economía de adelgazamiento del Estado de la Previsión social, de recortar las prestaciones sociales, de rebajar la carga fiscal de las empresas, de congelar los salarios y… que de vez en cuando hable con Putin y Obama.
3. Desde su fundación en los años sesenta del siglo XIX, la social – democracia es un proyecto basado en el crecimiento en la fase económica de la industrialización que permitiera la garantía de los derechos sociales de los trabajadores, templado según la circunstancia por el nacionalismo – alemán (1914), la abdicación ideológica ante el capital (de Bad Godesberg, 1959, hasta hoy) y el oportunismo ideológico – gobiernos de François Mitterrand, de Anthony Blair y de Gerhard Schröder, sin ir más lejos. De las recientes elecciones nacionales y europeas a las elecciones alemanas, todo el mundo coincide en que, a escala europea, la socialdemocracia está en situación crítica. Personalmente, no creo que el ideario de igual libertad para todos esté en crisis; más bien, lo contrario. Todos los esfuerzos se orientan a la prevención contra los social – demócratas: se debate y se lucha contra la social – democracia. Lo que no empece a que los otros partidos hagan suyo fragmentos pret à porter del ideario social – demócrata, la CDU, sin ir más lejos. ¿Qué dice la derecha cuando se pavonea de su poder y desmesurada riqueza y ridiculiza a la social – democracia? Que la asistencia social cuesta demasiado cara; que se da demasiado a los asalariados, que es preciso dar vía libre al despido y reducir las indemnizaciones por el mismo, que para rebajar el coste laboral de las empresas hay que descapitalizar la Seguridad Social, que hay que congelar los salarios. Y la derecha – el Gobernador del Banco de España, incluído- dice tales cosas con el mayor desparpajo y sin asomo de pudor. Y ello, cuando es evidente que el porcentaje de los salarios en el producto interior bruto no deja de descender desde hace veinte años. El objetivo de quienes así se pronuncian no es otro que imponer a las bravas una distribución aún más desigual, injusta del rendimiento del trabajo, del que el affaire de los bonuses para los ejecutivos financieros no es sino un síntoma. Véase si no como, antes que abordar la reforma estructural del sistema bancario, el G 20 se ha prestado a sacralizar tales bonuses. La moral norteamericana, que para nuestro actual escarnio no hemos dejado de admirar desde los años setenta, puede adaptarse al doble rasero diplomático, a la tortura de los encarcelados y a la violación de los derechos humanos, pero no a la limitación de los beneficios; el ánimo de lucro es inherente a su naturaleza. Apenas el capitalismo financiero ha dejado tras de sí el peligro de su ruina, se ha lanzado de nuevo a la especulación más desaforada y a la carrera a los bonuses más extravagante. Ante nuestros ojos, las desigualdades nunca fueron mayores y un futuro sostenible para la tierra no se ve en lontananza, mientras los financieros se llenan los bolsillos. La amoralidad del capitalismo clásico se queda pequeña al contemplar el actual bandolerismo. Volvemos a estar en sociedades tan injustas como las del Antiguo Régimen y de mediados del siglo XIX, cuando Marx y el movimiento obrero se pusieron en pie para luchar por los derechos sociales. Ha sido en el contexto político del repliegue del movimiento obrero y de su ideario dónde el neocapitalismo ha instalado su proyecto de maximizar a corto plazo el propio lucro. Entretanto sabemos tanto del siglo XX como para estar convencidos, de que para relativizar su influencia sobre nuestras vidas no tenemos alternativa a establecer con él una relación de poder a poder. Los últimos estadistas europeos tienen nombre: se llaman Olof Palme, François Mitterrand, Helmut Schmidt y Willy Brandt, más europeos los tres primeros, nacional – alemán el último. Desde su marcha llevamos mal nuestra orfandad. Precisamente porque el capitalismo es por naturaleza inmoral, andamos necesitados de profetas laicos a día de hoy, que forjen la conciencia popular de un Socialismo fiel a la noble y combativa tradición del movimiento obrero y a sí mismo. Los principios ideológicos no están a disposición; con los principios ni se negocia ni se juega. ¿Qué hacer? Eran múltiples los signos de que teníamos encima una crisis; sin embargo, ni la derecha, por su fin de maximizar el lucro a corto plazo, ni la izquierda por abdicación ideológica los tomaron en consideración. Ahora, el populismo sin complejos cobra crecientemente una alta cotización política entre las masas como alternativa – de Silvio Berlusconi, Nicolás Sarkozy y todos los gobernantes sin excepción de los Estados miembros de la Unión Europea a los identitarismos catalán y vasco. Mientras que los partidos social–demócratas no rompan con la ilusión de abordar mediante medidas mansas un capitalismo financiero ebrio de poder y mantener nacionalmente el status quo, restarán símbolos de un socialismo mendicante, mera caja de resonancia de la ideología neo– liberal. Si algún lector piensa que detrás de mi interpretación del Socialismo como proyecto de la igual libertad de todos, en una Europa de vocación cívica universal laten las Resoluciones del XXVII Congreso del PSOE (1976) y la teoría socialista del parlamentarismo, de Luis Gómez Llorente (1979), yo sería el último en negarlo.
4. Die Linke y los Verdes son un aviso de navegantes a los dinosaurios demócrata – cristianos y social-demócratas, de que pertenecen a una época que ya no es la nuestra ; sin perjuicio, de que nuestras cuarteadas sociedades no dejan simultáneamente de ser en parte cómplices de la causa de nuestras impotencias. Libre de los constreñimientos del Gobierno, el SPD tiene una excelente oportunidad para encabezar la gran coalición europea y mundial para el gobierno económico, el cambio de sistema productivo hacia un desarrollo sostenible y la garantía de los derechos humanos. Soy escéptico, sin embargo, de que vaya a aprovecharla. En Alemania occidental, Die Linke , bajo líderes reconocidos como Gysie y Lafontaine, va a continuar cosechando votos en los caladeros del SPD.
GUILLEM SANS MORA es cooresponsal del diario PÚBLICO en Berlín y ANTONIO LÓPEZ PINA Pina es Catedrático de Derecho Constitucional, Cátedra Jean Monnet de Cultura jurídica europea.