El primero de los Objetivos del Milenio era erradicar la pobreza extrema y el hambre en el periodo comprendido entre el año 1990 y 2015. Este objetivo, contaba para su realización con tres metas que consistían en: reducir a la mitad el porcentaje de personas cuyos ingresos sean inferiores a un dólar por día; alcanzar empleo pleno y productivo y trabajo decente para todos, incluyendo las mujeres y jóvenes; y reducir a la mitad la proporción de personas que padecen hambre. Una vez que se ha llegado al año señalado, hay que preguntarse si se han cumplido estos propósitos.
Observando la realidad, lo primero que se puede constatar es que la pobreza extrema sigue siendo un problema crucial para la humanidad, pero no ocupa un lugar destacado en la agenda de los poderes, ya sean estos políticos o económicos. Es triste comprobar cómo la equidad sigue sometida por el beneficio, y cómo la dignidad de las personas no es el objetivo fundamental de nuestro modelo social.
A pesar de lo anterior, hay que afirmar que la tasa de pobreza extrema se ha reducido a la mitad, lo que significa que se ha cumplido el objetivo previsto. Incluso, se puede ver en las estadísticas como cinco años antes de la fecha se había llegado a esta reducción. Así, se ha pasado de una situación en el año 1990 donde casi la mitad de las personas de las regiones en desarrollo vivía con menos de 1,25 dólares al día, al año 2010 donde esa tasa se ha reducido al 22 por ciento.
¿Un avance? Sí, pero siendo importante pasar de 1.900 millones de personas viviendo en pobreza extrema en 1990 a 1.200 millones en 2010, todavía estos avances son insuficientes y no afectan por igual a todas las personas. Basta recordar que los dos países donde más pobreza extrema existe, India y China, son economías que durante las últimas décadas han contado con un crecimiento económico y de la riqueza muy importante, que ha favorecido una concentración mayor de la riqueza y no ha desarrollado el potencial de políticas de igualdad a pesar de reducir la pobreza.
La segunda meta a conseguir era alcanzar empleo pleno y productivo y trabajo decente para todos, incluyendo las mujeres y los jóvenes. Antes de observar como esta meta no se ha conseguido, es preciso reafirmar la necesidad de que la sociedad tenga entre sus principales objetivos el pleno empleo. ¿Por qué? Porque una sociedad que no proporcione un empleo estable, de calidad y decente a las personas, y permita la exclusión de millones de personas del trabajo, la esclavitud y la explotación de millones sin derechos está abocada al fracaso, a la ruptura social y al conflicto.
Por tanto, como creemos en la dignidad de las personas y no queremos el fracaso de nuestro modelo social, la ruptura y el conflicto hay que modificar los parámetros del modelo económico, superar el capitalismo financiero globalizado y avanzar hacia un modelo de democracia económica donde la economía está subordinada a la política, es decir, al bienestar de los ciudadanos. Y todo ello, siendo conscientes que cualquier mejora en la calidad del empleo va acompañada de crecimiento en la productividad como ha demostrado la propia ONU, el Banco Mundial, el FMI en diferentes informes.
De no ser así, la tasa de parados a nivel mundial seguirá subiendo, como también los trabajadores pobres y la discriminación de la mujer y de los jóvenes. Y el escándalo, ya hoy, es mayúsculo. Con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) referidos al año 2013 el número de desempleados a nivel mundial aumentó en 5 millones y alcanzó los 202 millones; unas 74,5 millones de personas entre 15 y 24 años están paradas; alrededor de 839 millones de trabajadores vivían con sus familias con menos de 2 dólares diarios; y unos 375 millones de trabajadores vivían con sus familias con menos de 1,25 dólares diarios.
La tercera meta consistía en reducir a la mitad la proporción de personas que padecen hambre. Aunque el hambre ha disminuido mucho en las dos últimas décadas, según el Informe 2014 de Objetivos de Desarrollo del Milenio, se estima que todavía en el periodo 2011-2013 había 842 millones de personas (un octavo de la población mundial) que padece hambre crónica. Y esas cifran, después de que se hayan producido maquillajes de estadísticas con la modificación de los criterios de lo que se considera nutrición insuficiente.
La meta no se ha cumplido y a pesar de los avances que se han producido queda mucho por hacer no para mejorar sino para erradicar esta pesadilla. Porque es una pesadilla que se calcule que en 2012 había en el mundo 99 millones de niños menores de 5 años con peso inferior al normal, es decir, uno de cada siete niños en el mundo; 162 millones de niños menores de 5 años con retraso en el crecimiento, por nutrición insuficiente, que les provoca riesgo de tener un menor desarrollo cognitivo y físico; o 51 millones de personas desplazadas forzosamente como consecuencia de la persecución, las guerras, la violencia y la violación de los derechos humanos a finales de 2013.
Los avances son positivos, pero ha llegado el momento de acabar con la pobreza y el hambre de manera definitiva. ¡A por ello!
Oscar Iglesias