Merece la pena tomar prestado el eslogan hoy, para enfocar el único camino que puede conducir a la sociedad española hacia la superación de la crisis y la consecución de un modelo productivo económicamente fuerte y socialmente justo: la educación, el conocimiento, la investigación, la apuesta tecnológica y el valor añadido de la innovación. Y también para interpelar a aquellos que perseveran en el error al reclamar abaratamiento de despidos, bajadas de sueldos, privatizaciones y liberalizaciones.
Más allá de las diferencias de enfoque optimista-pesimista, los últimos discursos de Zapatero y Krugman en Madrid han coincidido en la mejor receta para el futuro de la economía española, el cambio y la modernización de su estructura productiva. Porque es cierto que la crisis tiene dimensión global. Pero también es cierto que la crisis global ha acelerado la crisis doméstica, la que se deriva de las limitaciones del patrón de crecimiento vigente desde la Transición. Y parece que algunos no se enteran.
El patrón que basaba nuestra competitividad en un mercado laboral con salarios bajos y la explotación intensiva del medio natural y sus materias primas, playa para el turismo y suelo para la construcción residencial sobre todo, ya no da más de sí. España no puede competir en condiciones laborales a la baja frente al este de Europa, el norte de África, o el sudeste asiático. ¿O alguien pretende emprender este camino? La fórmula de la inversión creciente en chalets y en bolsa acabó burbujeando y estallando. No es un modelo válido para el futuro.
El Gobierno ha multiplicado por dos las inversiones públicas en I+D+i durante los últimos cinco años, hasta llegar al 1,27% del PIB. Aún estamos lejos, sin embargo, del 2,5% de la media en la OCDE, y muy lejos del 3% que estableció como objetivo para 2010 la Cumbre de la UE en Lisboa.
Ahora bien, mientras el sector público apuesta fuerte por la innovación, el sector privado se resiste a tirar del carro. Durante muchos años, buena parte de los grandes inversores privados de este país han preferido multiplicar su dinero en el casino bursátil y en la escalada artificial de precios del suelo y la vivienda, antes que arriesgarlo por la senda de la inversión productiva y a medio plazo. Nos han sobrado especuladores y nos han faltado emprendedores.
Ahora esos valientes avezados alzan la voz para exigir medidas que permitan recuperar el modelo mediante el cual sumaban y sumaban beneficios sin apenas trabajo ni riesgo. Quieren reformas en el mercado laboral, para que la economía crezca sobre el recorte de derechos de los trabajadores. Quieren reformas fiscales, para que sus rentas aumenten a costa de las rentas y el bienestar social de la mayoría. Quieren dinero público para sanear los balances de sus empresas, esquilmados tras años de especulación, reparto de bonos y dividendos, y falta de inversión productiva e innovadora.
Hemos escuchado a la patronal reclamar el despido libre, la congelación de salarios, el recorte de las cotizaciones sociales de las empresas, la rebaja del impuesto de sociedades y la subida del IVA, dinero de los impuestos para sacar a flote sus naufragios… El mismo estribillo de siempre. La vieja canción del pirata. El sonsonete del patrón que elude la imaginación y el esfuerzo para exigir condiciones en las que seguir especulando y ganando dinero a espuertas conforme a un modelo caduco.
Todos los empresarios denuncian el estrangulamiento financiero y piden financiación fluida y segura. En esto llevan razón. Pero, ¿a cuántos de ellos se les ha escuchado en estos días pedir apoyo para impulsar proyectos de investigación y desarrollo? ¿Quién ha oído a la patronal reivindicar ayudas para la innovación de productos, de procesos productivos o de mercados? ¿Cuándo exigieron una vinculación eficiente con los centros públicos de investigación y las universidades?
No seamos injustos. Hay empresarios en España que han sabido ver el camino. Que no cogieron el atajo del dinero fácil y desbrozaron la senda de la innovación. Y hoy contamos con empresas muy competitivas, con productos y servicios de alto valor tecnológico añadido, en el campo de las infraestructuras públicas, en las energías renovables, en la biotecnología, en el software de entretenimiento…
A estos últimos, la minoría aún, bravo. A los demás, que se apliquen el cuento actualizado de Clinton.