Durante los años sesenta, hace sólo una generación, el ejército yanqui tenía que escoltar a los estudiantes negros en su entrada a las escuelas. Hace cuarenta años, los negros no podían sentarse en los sitios reservados a los blancos en los autobuses públicos, y no podían acceder a las tiendas y los bares “sólo para blancos”. Si algún blanco hubiera asesinado al padre negro de Obama en determinados Estados del sur, posiblemente no hubiera tenido que preocuparse por responder ante la justicia. Y ahora una mujer negra, tan negra como Rose Park, la mujer que impulsó el movimiento por los derechos civiles al negarse a ceder su asiento a un blanco en el autobús, tiene todas las probabilidades para convertirse en ¡Primera Dama de los Estados Unidos! Y ahora un hombre negro, tan negro como Luther King, el hombre que murió por defender los derechos de Rose Park y de millones como ella, puede ejercer como Comandante en Jefe del primer ejército del mundo.

Puede que sea muy conservadora. Puede que trabaje para abrir las puertas a las petroleras en el paraíso natural de Alaska. Puede que niegue a Darwin y pretenda educar a los niños estadounidenses en el “creacionismo” irracional. Pero Sarah Pallin es una mujer, y es candidata a la Vicepresidencia de los USA. Y, aunque resulte un poco macabro recordarlo, lo es junto a un candidato a Presidente con más de setenta años de edad. Ella misma recordó en el acto de su proclamación que su propia abuela no disfrutaba ni tan siquiera del derecho a votar.

Más allá de lo que ocurra en noviembre, estas elecciones americanas han hecho historia, de la mejor historia para el progreso de la Humanidad. Uno de los grandes objetivos de progreso ha consistido siempre en superar las barreras que discriminaban a unos seres humanos respecto a otros por el color de su piel, por su religión, su opción sexual o sus ideas. Otra de las grandes metas para el progreso supone la plena equiparación en derechos de toda índole entre hombres y mujeres. Obama y Pallin encarnan un indudable paso adelante.

Celebrémoslo. En realidad, este verano no nos ha dejado muchas más oportunidades para celebrar nada. Pekín aparte…