Da igual que esta decisión no sea nueva y que venga avalada por abundante jurisprudencia. En el ruedo ibérico no valen medias tintas. O conmigo o contra mí. Quién invoque la separación de poderes a estas alturas ya debe saber que se enfrenta al martillo mediático de la caverna y a una concepción corporativista y autoritaria del Estado.
Si a alguien le queda duda del ADN autoritario del PP sólo hace falta comprobar como corre el aire por las antiguas estancias separadas de Montesquieu. En el judicial tenemos los ejemplos de Baltasar Garzón o Elpidio José Silva. En el legislativo, la mordaza de un Gobierno que se niega sistemáticamente al debate parlamentario e impone el rodillo de una mayoría absoluta que aspira a un modelo de sociedad predemocrático. Y sobre la concepción del ejecutivo basta con evocar el “que te calles” del presidente Rajoy a Rubalcaba. Vamos que esta gente se pasa el “checks and balances” por el arco del triunfo.
Las mayorías absolutas en ocasiones producen monstruos. Y los gurús conservadores se han empeñado en construir para España un sistema de partido hegemónico, donde el PP se suceda a así mismo y la batalla política se circunscriba a las diversas familias del clan.
La añoranza del autoritarismo campa a sus anchas por las plantas nobles de las sedes ministeriales y los despachos de la élite económica madrileña empotrada al poder. Nada es casual. La campaña de calumnias orquestada por Génova contra la jueza Valldecabres no es sino un capítulo más de la perversa inercia de un partido que nunca aceptó la ética pública y la cultura democrática.