A la frescura, la calidad y la eficacia del juego de España en la Eurocopa hay que añadir el atributo de la generosidad. La celebración de un éxito deportivo merced a un esfuerzo propio constituye una oportunidad más que justificada para la exhibición de cierta vanidad orgullosa y la reivindicación de uno mismo. Sin embargo, los jóvenes jugadores españoles que levantaron la Copa de Europa dieron una lección de gran madurez y altura de miras de muy diversas maneras. Ramos se vistió con la camiseta que recordaba a su compañero Antonio Puerta, recientemente fallecido a causa de un problema cardíaco agravado por la práctica deportiva. Palop reivindicó la valía y la entrega de la generación inmediatamente anterior, la que perdió la final de 1984 ante Francia, luciendo la célebre camiseta de Arconada, también presente en Viena. Y el goleador Torres dedicó el tanto decisivo a su colega Villa, en el banquillo por lesión. Si nos hicieron sentir orgullo por su gesta deportiva, no menos satisfacción hemos de mostrar por su ejemplar comportamiento en la victoria.
Se trata, además, de chavales que han forjado sus carreras en virtud del esfuerzo personal y los servicios públicos de bienestar. La mayoría de ellos han nacido en el seno de familias humildes, cuyos hijos se han educado en la enseñanza pública, y han practicado deporte gracias a las instalaciones y cursos impulsados desde las administraciones en los años ochenta y noventa. Durante estos días, a través de la alegría de la familia mostoleña de Iker, de los amigos asturianos de Villa y de los colegas de barrio de Güiza, todos los españoles nos hemos reencontrado con lo mejor de nuestra historia reciente.
Dicen que el tono vital de un país depende de factores más subjetivos que objetivos, más sentimentales que políticos o económicos. Si existiera un centro de cotizaciones de tonos vitales nacionales, seguro que España cotizaba bien alto en estos días, a pesar de la desaceleración…