Esperanza Aguirre ha cogido al vuelo la oportunidad brindada por el debate sobre la eliminación del impuesto sobre el patrimonio para anunciar la inmediata puesta en marcha de esta medida. La conspicua dirigente del ala más ultraconservadora del PP piensa que así puede matar dos pájaros de un tiro. Por una parte, hacer un favor a una parte de sus electores más prósperos, que se ahorrarán un pellizco no despreciable en una de las regiones con menos inversión pública per cápita en Salud y Educación y, por otro lado, azuzar las contradicciones internas en el PSOE, en unos momentos en los que han aflorado no pocas críticas y discrepancias ante esta polémica iniciativa.

La reacción de Aguirre era de esperar, de forma que el resultado de este debate, suscitado a destiempo y a contracorriente, al final puede que no tenga otro resultado que facilitar la tarea a los sectores más insolidarios del PP, que antes ni siquiera se habían atrevido a formular una medida regresiva de este tipo, que entre otros efectos tiende a quebrar la imagen de una hacienda pública solidaria, en la que cada cual contribuye según sus posibilidades y sus riquezas.

Por lo tanto, el Secretario General del PSM debería rectificar en el propósito de formular lo que hasta ahora no es más que una propuesta de carácter personal. Y, de paso, debería tomar buena nota de lo que puede esconderse detrás de los que le han animado a meterse en este innecesario lío.