“Estamos en guerra”, “No podemos perder esta guerra, porque en el fondo es una guerra de civilización”. Estas palabras, pronunciadas por el Presidente de Francia, François Hollande, ante el Parlamento en Versalles, tras los atentados terroristas de París, muestran de manera clara que el terrorismo de grupos fanáticos yihadistas no va a desaparecer pronto de nuestras vidas.
La cuestión, es ser conscientes del problema, y combatirlo con todos los medios,y con la legalidad tanto nacional como internacional, para que no triunfen los terroristas. Un triunfo que puede comenzar por la institucionalización de una sociedad del miedo, donde cambie nuestro modo de vida y nuestro sistema de libertades, con el objetivo de conseguir una mayor seguridad que desgraciadamente jamás será absoluta.
Además de la frialdad, nuevamente la frialdad, con la que fueron matando y rematando a las victimas según relatan algunos supervivientes, tres hechos sorprenden y a la vez asustan más, de lo sucedido en París. El primero, es que como dijo Hollande, son “franceses que mataron a otros franceses”. Una cuestión terrible e incomprensible para muchos ciudadanos europeos, que se preguntan cómo es posible que nuestras democracias hayan podido producir este tipo de terroristas, o como es posible que esos grupos terroristas religiosos tengan la notable capacidad para reclutar tantos seguidores entre jóvenes que han sido educados en libertad. Que fueran europeos, es un dato importante que debe considerarse para no caer en el rechazo y la discriminación hacia los inmigrantes, hacia los refugiados que están llegando a Europa, y que precisamente vienen huyendo del horror de la guerra y de las matanzas que realizan estos grupos terroristas en sus países.
El segundo, muestra la relativa facilidad con que se pueden cometer estos actos terroristas a pesar de las medidas de seguridad que existen. No hay que olvidar que Francia había elevado el grado de seguridad ante la inminente celebración de la Cumbre sobre el Cambio Climático a la que van a asistir más de un centenar de primeros ministros y presidentes. Estos atentados, nos vienen a recordar que estamos ante una violencia que es cada vez más frecuente e internacionalizada por las escasas exigencias de recursos humanos, financieros, logísticos y operativos que necesitan.
El tercero, es la dificultad para combatirlo. Cuando alguien está dispuesto no solo a dar su vida, sino a convertirse él mismo en el arma con la que matar de manera indiscriminada a personas que están en la calle, o en un concierto, suicidándose con explosivos, es muy difícil y a veces imposible impedir que logren realizar lo que tenían planeado. Este modo de actuar, causa muchas víctimas, pero a la vez provoca un efecto de pánico y alarma social profunda. Un dato, según Interpol, en el mundo existen unos 25.000 combatientes por el terrorismo internacional que han abandonado sus países para unirse a la yihad, pero de ellos, solo 5.600 están identificados por las Fuerzas de Seguridad.
Los ciudadanos sienten miedo, e impotencia ante lo que está sucediendo, y demandan que se les persiga. Pero, ¿cómo? ¿Qué hacer? En este punto, desde el análisis de las distintas opciones, desde la serenidad y desde la firmeza hay que abandonar el buenismo de titular de prensa, las palabras desgastadas por un uso que las ha vaciado de contenido, y dar paso a una acción coordinada, continuada e inteligente en muchos frentes, pero con un único objetivo: acabar con este terrorismo cuanto antes.
Y aquí, si se sabe que durante los próximos años los atentados más destructivos serán provocados por organizaciones terroristas asociadas al radicalismo religioso.
Si se sabe que estos terroristas buscarán provocar el mayor número de víctimas posibles de manera indiscriminada para conseguir el mayor daño y el mayor grado de pánico posible.
Si se sabe que estos grupos cooperan entre sí con el fin de conseguir la mayor repercusión de sus atentados, y buscan para ello lugares que puedan ser simbólicos.
Si se sabe todo eso, hay que reaccionar con templanza, pero con acción y previsión. Los terroristas no pueden actuar con impunidad y los gobiernos deben proteger a la población con todos los medios necesarios, incluida la opción de la fuerza armada. Y aquí, los países de la Unión Europea tienen que dar un paso más. Es decir, de la colaboración de los servicios de inteligencia, la colaboración internacional a todos los niveles, y la efectiva colaboración policial y de fronteras hay que ir a una mayor utilización de la capacidad militar. Siendo selectivos y,al mismo tiempo,conscientes de que si seutiliza de manera indiscriminada, es decir mal, puede convertir ciudadanos normales en terroristas, no ya en lugares lejanos sino en las calles de nuestras propias ciudades.
Las respuestas no van a ser fáciles, y el sacrificio va a ser enorme, pero hay que tener en consideración, para tener éxito, que el terrorismo no es un fin en sí mismo, detrás de estos actos hay unas determinadas creencias. En este caso, muchos de ellos sienten estar inmersos en una guerra santa donde se sacrifican por el Islam. Por este motivo, es importante no criminalizar ni a una religión ni a sus creyentes, sino actuar contra los terroristas estén donde estén.
En definitiva, si estamos en guerra hay que analizar toda la complejidad de esta guerra. Comprender la diversidad del fenómeno terrorista yihadista y sus distintas facetas y aspectos para desarrollar una estrategia que tenga éxito a corto, medio y largo plazo. Eso pasa por acciones militares coordinadas y medidas de inteligencia y policiales, pero también por respetar los derechos humanos, por cambios en la política exterior, y por ayuda humanitaria y al desarrollo para eliminar algunas de las excusas que estos grupos terroristas utilizan para seguir captando gente y realizar matanzas indiscriminadas.
Es tiempo de acción, inteligencia y templanza.