Pues bien, aquí viene el núcleo de nuestro problema social. Desde el inicio de la crisis económica en 2008, algunos vinimos denunciando que, debajo de esa crisis, había una más profunda y latente, origen y causa de lo que nos pasaba: una crisis moral.
Y esto es lo que ahora se está destapando. Toda la corrupción que estamos viendo en contratos públicos y amañados, en cuentas opacas en Suiza, en tarjetas black inmoralmente utilizadas, y un largo etcétera de acciones del pasado son las que nos han dejado a este país temblando, no sólo con un déficit acumulado fruto de la corrupción y la mala gestión, sino también con un sistema político esquelético, que difícilmente da respuesta a las necesidades democráticas de los ciudadanos.
Lo peor de la corrupción no es sólo que nos ha dejado mucho más pobres, más desiguales, desconfiados e indignados, con menos derechos sociales y laborales que hace una década, y con un futuro difícil de escribir, lo peor está en el veneno introducido en el sistema de representación democrática, que ha roto las relaciones entre ciudadanos y políticos.
Ahora bien, ¿ha aprendido algo la clase política? Diría que algunos sí, pero otros no. Y lamentablemente esos que no han aprendido nada, siguen gobernando la mayor parte de las instituciones públicas. ¿Están corrigiendo la situación inmoral o la están maquillando? ¿Están haciendo Ética o Estética?
Sólo tenemos que ver los actos que suceden en una semana: hay cargos públicos del caso púnica que todavía pretenden gobernar desde la cárcel y sus concejales se lo permiten; Rajoy pretende hacer una legislación anticorrupción cuando aún no ha dado explicaciones de lo que ocurre en su casa; Esperanza Aguirre comparece en la radio dando recetas contra la corrupción, y dice que “no sabe no contesta” respecto a lo ocurrido en su partido (ella no vio nada y no oyó nada); Jaume Matas sale de la cárcel con una facilidad impresionante cuando a sindicalistas manifestantes se les condena hasta tres años de cárcel por manchar una piscina; la alcaldesa de Alicante sigue al frente del municipio, dándole la mano al Rey, jugando al ratón y al gato con su propio partido, y actuando como una verdadera “jefa de la mafia” con declaraciones insultantes y agresivas, y Carlos Floriano se hace un lío diciendo que se le abre expediente de expulsión para autocorregirse a las pocas horas; Carlos Fabra se pasea todavía por las calles de Castellón burlándose de propios y ajenos o Ana Mato sigue en su puesto ministerial pese a su inutilidad política ante el problema del Ébola y sin haberse enterado que su marido tuvo un coche Jaguar en el garaje.
El pasado domingo vimos un programa sociológico interesante que nos proporcionó Jordi Évole cuando preguntaba a los daneses por los casos de corrupción. Sus caras de incredulidad contrastan con nuestra España, donde una joven valenciana acaba de solicitar micromecenazgo para el nuevo juego de Corruptópolis. ¿Somos así: la Ética se lleva en los genes? Evidentemente para que podamos parecernos a los daneses, necesitamos una legislación firme pero también y lo más importante, mucha educación social que rechace la corrupción, pero para ello, necesitamos que nuestros líderes políticos sean los primeros en dar ejemplo, en mostrar convicción y limpieza en sus actos.
Y no parece que los cargos del PP estén dispuestos a profundizar en una educación ética que ellos desconocen, sino más bien en una gestión estética que les permita seguir al frente del poder hasta que todo se olvide, y se pueda volver a las andadas. Ahora la estrategia comunicativa del PP es decir que están tan indignados como cualquiera, como si pudiéramos creernos que nadie sabía nada de nada.
Y el colmo de la Estética se produce con el alcalde de Sevilla, diciendo que prohibirá que rebusque la gente entre la basura porque “la basura es propiedad privada y se puede constituir como un delito de robo” y además “da muy mala imagen”.