La divergencia sobre la forma de la construcción europea que unos y otros desean no es de ahora. Pero, salvo en el referéndum negativo francés sobre la Constitución europea, nunca fue un tema serio de discusión en campaña electoral. En las elecciones europeas los pueblos han votado generalmente para demostrar su oposición o su apoyo al poder nacional del momento, y no a programas europeos. El proyecto del Partido Socialista Europeo pasó particularmente desapercibido. Parece que la situación va cambiando por el impacto muy directo que las decisiones de las cumbres europeas, teleguiadas por los abstractos mercados, van acumulando sobre los hombros de los ciudadanos de la Unión. Aunque los poderes directos de la Comisión europea solo manden en el diez por ciento de la actividad de un país, es evidente que actualmente condicionan cada día más la vida diaria de los ciudadanos. Hoy ningún proyecto político puede olvidarse en su propuesta de soluciones nacionales de estas dos realidades: la mundialización y la Unión Europea, con todos sus defectos. La campaña presidencial francesa y los discursos del 38º Congreso lo han demostrado.

La prepotencia de la República Federal Alemana, sobre el resto del Continente, actualiza y da concreción al debate. Se decía que Alemania era un gigante económico y un enano político. Los hechos demuestran hoy que su situación económica le da un poder político que no disfrutó desde el fin de la II Guerra Mundial. En Francia la derecha plantea claramente como programa político y electoral el modelo alemán, invocando además las decisiones que en su tiempo tomó el canciller socialista Schroeder y que llevó a la escisión del SPD con la creación de Die Linke. Buen tema de discusión, ya que Alemania se aleja a pasos agigantados de la sociedad social demócrata con un “dumping” salarial increíble en los servicios, una política profundamente egoísta en las empresas comunes europeas y una explosión de las desigualdades. Si no que se lo pregunten a los sindicatos franceses de la industria aeronáutica, que ven como saca tajada cada día mayor en un proyecto inicialmente francés.

Cada decisión económica europea en defensa del euro parece consolidar la impresión de que el euro es hoy la moneda de Alemania, más que de Europa, y que esta decide utilizarla -más que defenderla con uñas y dientes- como si fuese el “deutsche mark,” ocurra lo que ocurra a los pueblos más allá de sus fronteras.

Si la crisis es, a lo mejor, una vía para fortalecer Europa, también es una inmejorable ocasión para que los progresistas del Continente, los socialistas más que nadie, pero no solo ellos, analicen y propongan conjuntamente otras soluciones, otras políticas, otro porvenir. 2014 y las elecciones europeas llegarán pronto. No nos equivoquemos enfocándolas únicamente como una revancha con el PP, que también debe ser. Se deben preparar con la preocupación del porvenir europeo y del nuevo proyecto socialdemócrata que entre todos se debe construir en la Unión. Juan Moscoso, el nuevo ejecutivo por la Unión Europea enfrenta una situación que debe ilusionar. Ya puede empezar a viajar por las sedes de los Partidos Socialistas.