Pero Europa debe saber dónde está la brújula porque no todos los caminos le conducirán a la misma meta. Para ello, deberá replantearse el significado de los términos “democracia y globalización”, y contestar si ambos actúan en direcciones opuestas.

Afirma David Held en su último ensayo “Cosmopolitismo”, que la democracia ha sido la idea política más poderosa de todas, que ha prevalecido sobre las formas de gobierno arbitrarias, pero sólo ha logrado de forma incompleta su objetivo principal. Mientras que la globalización supone un conjunto de procesos que están cambiando la organización de las actividades humanas, extendiendo redes políticas, económicas, sociales y de comunicación entre regiones y continentes, así pues, lo que ocurre en un lugar puede tener repercusiones en muchos otros.

Parece de sentido común que sigamos defendiendo la Democracia Política como seña de identidad de nuestra organización social europea, así como admitamos que la globalización es un fenómeno imparable e imborrable y que lo que ocurra en Grecia (Italia, Portugal o España) nos afectará como si fuéramos algo más que primos hermanos. Pero, la realidad económica está obligándonos a renunciar a la Democracia y a convertir la globalización en un yugo en lugar de un concepto de universalidad.

Nos equivocamos al pensar que lo básico, lo prioritario es resolver esta crisis económica como sea, sin pensar que no hay decisión humana (sea política o económica) que no tenga una trascendencia moral. No es lo mismo recortar y recortar hasta anular los derechos sociales y la capacidad de autonomía de los ciudadanos, que intentar contener el déficit buscando que, apretarse el cinturón, no suponga llevar a la exclusión, al hambre, la pobreza y la desesperación a millones de europeos (el suicidio de Dimitri, el ciudadano griego de 77 años que se pegó un tiro frente al parlamento). Como dice Held, “la vida humana no se sostiene si no se satisfacen las necesidades básicas, ya sean físicas, psicológicas o sociales”.

El problema real no es tener dificultades, tropezar, equivocarse, que el horizonte tenga nubarrones, porque en definitiva forma parte de nuestra vida y del acontecer histórico de la humanidad. El problema real es no tener horizonte: no saber hacia dónde ir, no saber a quién se defiende.

Nuestra defensa no es el dinero. Son las personas. Y la crisis de Europa es también una crisis moral.

La globalización no puede ser sólo una cuestión económica, es ya una realidad social y política, que supone que nuestro planeta se ha hecho finito y que las decisiones globales son también decisiones éticas.