El empobrecimiento y el sufrimiento de amplias capas de la población ha traído como resultado un menor apoyo hacia una Europa que es percibida como opresora de la ciudadanía y sus derechos. Pero también, un aumento significativo de los ciudadanos que se sienten traicionados en su ideal de una Europa de personas libres e iguales.

De eso modo, por una parte aumenta de manera importante el número de ciudadanos que abiertamente dice que no está ni a favor ni en contra de la Unión Europea, hasta llegar a un porcentaje del 19,8 por ciento. Y por otra, se incrementa el número de los que están algo en contra, bastante en contra o muy en contra, que alcanza un 17, 5 por ciento.

Esta sensación de rechazo, por parte de amplios sectores de la ciudadanía, solo se podrá cambiar con la participación activa de los europeos y obligando a los gobiernos y a la Unión Europea a poner como principal objetivo de sus políticas la dignidad de las personas en libertad, paz e igualdad. Y superando el modelo de capitalismo financiero que antepone la cuenta de resultados de una minoría sobre el bienestar de la mayoría.

El sentimiento existe, pero además es contradictorio porque, por una parte, un 82,5 por ciento de los ciudadanos son conscientes que las decisiones que se toman en el seno de la Unión Europea afectan a su vida mucho o bastante. Pero a un 56,6 por ciento las noticias relacionadas con la Unión Europea les interesan poco o nada. O un 57,9 por ciento de la población cuando se le pregunta con qué interés ha seguido la campaña electoral de las elecciones al Parlamento Europeo dice que con poco o ningún interés. A los que hay que sumar un 4,2 por ciento que dice que no la ha seguido.

Ante esta realidad, hay que responder a una pregunta clave: ¿Quién ha hecho esto? Cuando hablamos que Europa está realizando una política de austericidio contra millones de europeos. ¿De quién estamos hablando? Porque si opinamos en abstracto nadie será el responsable de estas políticas, cuando si los hay.

Bajo la denominación Unión Europea, los ciudadanos deben saber que los responsables de lo que pasa es la derecha europea que lleva más de diez años gobernando en las instituciones europeas. Una derecha que ha hecho mucho daño al proyecto europeo, al anteponer el egoísmo de una élite económica a los ciudadanos europeos.

Una derecha que incrementa la desigualdad y la exclusión social en Europa. El resultado es que el 24 por ciento de la población total de la Unión Europea, unos 120 millones de personas, está en riesgo de pobreza o exclusión social. Y de ellos, un 27 por ciento son niños, un 20,5 por ciento son personas mayores de 65años y un 9 por ciento son ciudadanos que aun teniendo trabajo, no cubren sus gastos.

Una derecha que reduce el gasto en protección social en casi todos los países de la Unión Europea. Y donde España con este gobierno del PP es hoy el segundo país de la Unión Europea con mayor desigualdad, y también el segundo país con mayor índice de pobreza infantil.

Una derecha que, aunque está demostrado, sigue sin querer ver que la desigualdad dificulta la recuperación económica y la creación de empleo en una espiral perversa de empobrecimiento generalizado de las clases trabajadoras y las clases medias.

Hay que cambiar Europa y cambiar España, para que las personas y su bienestar sean lo primero. Para recuperar las políticas que cohesionan a la sociedad y redistribuyen la riqueza con más progreso. El PSOE ya ha comenzado ese camino, en el que tiene que reencontrarse con millones de españoles y europeos, votando no como presidente de la Comisión al responsable de las políticas que han empobrecido España y Europa.

Es el inicio para reencontrarnos con la Europa de la libertad, la igualdad, la paz y el progreso.