Hemos de revisar las pensiones porque Europa se ha hecho vieja y cada vez vivimos más tiempo; nuestros jóvenes se hacen viejos en la casa familiar antes de comenzar a trabajar; la natalidad de nuestros países es reducida y cada vez nacen menos niños; necesitamos a los inmigrantes para los trabajos más precarios y para que nutran el sistema de seguridad social (salvo en los momentos electorales demagógicos donde prevalece el rechazo al otro); y, en lo que más se nota el lánguido transcurrir de nuestro día a día, en el desinterés por las cuestiones políticas y la falta de entusiasmo electoral.

Deberíamos de echarnos las manos a la cabeza por la creciente e imparable abstención que se produce en las distintas elecciones, pero siempre encontramos la excusa perfecta. Las elecciones europeas porque nos resultan frías y lejanas; las presidenciales de Portugal porque son menos importantes; las que se realizan ahora porque la gente desconfía de los políticos en época de crisis; las que se realizarán mañana porque hay saturación de temas políticos en la agenda mediática. ¡Cuántas cosas hay que escuchar como excusas para no percibir una realidad preocupante! La razón y la solidez de Europa es la cultura de la Ilustración, la que nos otorgó autonomía, libertad y derechos sociales, y esta cultura no se entiende sin la Democracia, como nuestra Democracia no se entiende sin el Estado de Bienestar. Y ambos están en peligro.

No están en peligro porque se hayan hecho viejos, sino porque resulta más cómodo ponerlos en cuestión. El Estado de Bienestar se encuentra entre la espada y la pared por las amenazas del todopoderoso mercado; y la Democracia languidece bajo la mirada indiferente de la ciudadanía, que empieza a desconfiar que sea el sistema que mejor los representa. ¿qué les ocurriría a los partidos políticos si su representación pública fuera acorde a los votos reales emitidos? Es decir, que la abstención tuviera también su representación en blanco en los escaños. Probablemente entonces no daría igual que votara tan sólo el 50% de la ciudadanía.

Europa tiene tareas por hacer más allá de salir de la crisis económica. Porque siendo ésta la primera preocupación no puede servir de excusa para anular el resto de sentidos vitales de una ciudadanía adormecida.

La conciencia europea se diluye y el Estado de Bienestar se cuestiona: nuestras dos señas de identidad.

Y, mientras, los países emergentes viven la crisis de otra manera. China ha pasado de ser la de los restaurantes baratos, que luego dio el salto a las tiendas que tienen de todo, que se convirtieron en pequeñas boutiques de ropa de menor calidad, para luego pasar a ser las fábricas de nuestras multinacionales de renombre, y ahora vienen con su capital a establecer los nuevos bancos mientras nuestros países reajustan las Cajas de Ahorro e inyectan miles de millones de euros para salvar nuestro sistema financiero europeo.

China ha demostrado que la lógica incuestionable de que Democracia y Capitalismo iban de la mano es totalmente falsa. El Capitalismo tiene la capacidad camaleónica de amoldarse a cualquier sistema político. Y puede prescindir de la Democracia, es más, cuanto más débil sea su voz política, más fuerte será la especulativa.

Por otra parte, vemos que las ansias de Democracia que en Europa se ven agotadas surgen con fuerza, con la rapidez de la pólvora, en países que hace seis meses no imaginábamos en plena revolución. Túnez, Egipto, y …. ¿cuántos más? La crisis económica ha tenido su contestación en los países que Europa tiene en su trastienda, porque los ricos siempre necesitan pobres para mantener los equilibrios. Gracias además a la globalización y los nuevos medios de información, las revueltas han podido saltar las fronteras de la represión.

Después de esta crisis, nada será igual. Potencias como China tendrán un dominio en el sector comercial, de exportación y financiero; y los países del Magreb constituirán (¡ojalá sea así!) sus gobiernos democráticos.

¿A qué espera Europa para salir del letargo?