Inmersos como estamos en plena campaña electoral, prácticamente no existe ambiente de elecciones. En general, para la ciudadanía, Europa queda lejos. Aunque todos sabemos que no es cierto; las decisiones que se toman influyen de forma decisiva en la legislación, en las competencias nacionales, en la construcción de un marco regulativo de derechos sociales y laborales que nos compete. También sabemos que Europa sigue siendo la isla de la prosperidad y del bienestar, donde las crisis se viven con dureza pero con prestaciones sociales; el lugar donde los de fuera sueñan con venir a tener una oportunidad aunque sea de mendigos por las calles europeas.
Pero vivimos en la apatía democrática. No sólo España; toda Europa.
Europa empezó a construirse con el objetivo noble de la búsqueda de la paz: de frenar la división, el imperialismo, la guerra, el control de unos territorios sobre otros. Luego vino la capacidad de colaborar económicamente. Lo que parecía imposible, se consiguió. La unión monetaria y económica. El proyecto de Europa hoy sigue siendo el proyecto más moderno e innovador que conocemos. Con la creación de la UE, se crean nuevos espacios e interacciones superadoras del concepto tradicional de frontera. Al mismo tiempo, también se crean nuevas formas conjuntas de abordar realidades globales y novedosas como los problemas medioambientales, los problemas de alimentación, el comercio, la justicia internacional y/o la seguridad supraestatal.
Se construyó la Unión Europea como proyecto económico; y, durante años, se ha puesto el armazón para crear la Europa política, fiscal y legislativa. Pero el ciudadano no sólo vive de reglamentos. Nos hemos olvidado de crear EUROPA como un proyecto integrado con una identidad común.
¿Dónde está el alma y el sentimiento de Europa? ¿Dónde está el concepto de ciudadanía? ¿Quién es de los nuestros? ¿Qué nos caracteriza y nos define para ser europeos? ¿Qué nos emociona y nos hace vibrar cuando pronunciamos Europa?
EEUU no es un conjunto menos complejo: es diverso, plural, sociológicamente extremo, con religiosidades múltiples, con infinidad de orígenes étnicas. Pero da igual si uno vive en Hawai, en New York, en Los Ángeles,… Todos entienden lo que significa la palabra “pueblo americano”. La entienden, la sienten y la hacen propia.
La Unión Europea no ha tenido una respuesta contundente y unida de forma clara frente a la crisis económica; estamos viviendo un recogimiento hacia el interior de nuestras fronteras nacionales; problemas graves y globales se utilizan como arma electoral demagógica (véase la reprimenda europea con el urbanismo o la falta de comprensión del proyecto de Bolonia); si existe descontento y desinterés por la política nacional, con más motivo se produce respecto a la europea, donde una vez elegidos nuestros representantes europeos nos olvidamos de ellos puesto que carecen de proyección social y mediática. Al Parlamento europeo se va a defender “lo nuestro”, no a formar un proyecto común. Nos hemos olvidado de aquel propósito que decíamos: “el mundo es nuestra aldea, nuestra aldea no es el mundo”.
A todo ello, no contribuyen mucho algunos políticos como Sarkozy o Berlusconi que sobresalen por sus estridencias, ocurrencias o acciones bochornosas como el caso del político italiano.
En España ha cambiado mucho la situación en treinta años. Ya no miramos a Europa esperando llegar y ser escuchados. Ahora somos un país más evolucionado en derechos sociales, potente económicamente, con capacidad de ser referencia en temas de bienestar y derechos. Ello contribuye también a que los españoles no vean a Europa como una utopía porque mucho de lo que buscábamos lo hemos obtenido en el caminar de estos años. Europa ya no está lejos; la hemos alcanzado.
Pero, hay un cascabel que ponerle al gato y no nos atrevemos. Europa necesita un liderazgo político. Único. Fuerte. Con voz propia. Que pueda decir, como dijo Obama, “sí, nosotros podemos”.