También han ilustrado de manera caricatural las diferentes concepciones que las derechas tienen de Europa. Cameron no piensa como Sarkozy que, a pesar del espectáculo, discrepa de Merkel, y podríamos continuar con otros dirigentes conservadores. Los intereses nacionales, los postulados soberanistas que la construcción europea no ha podido borrar después de más de cincuenta años de tratados progresivos, postergan las decisiones urgentes y necesarias. Porque cada cual tiene su solución. También vemos cómo se desgarran los pueblos europeos, olvidadizos de un pasado no tan lejano. Los alemanes acusan con desprecio los griegos quienes contestan pidiendo cuentas por las deudas de la última Guerra Mundial- los franceses sacan a la luz la renuncia de Daladier, hablan de política a la Bismark, de germanófobia… ¿Dónde está el ideal de quienes lanzaron la construcción europea?
Ciertamente no conviene exagerar. Todo esto viene de un contexto de pánico, de una crisis económica y social que barre las esperanzas a través de todo el continente. Pero creo que queda demostrado que los políticos no han sabido prever tal situación. Gobernar es prever. Y las izquierdas europeas no se salvan de esta crítica. Hubo un tiempo en el cual todos los gobiernos de la Unión europea, menos uno, eran de identificación socialista, más bien socialdemócrata. Nada, absolutamente nada, en la historia de las instituciones europeas, en la evolución social, en la profundización de la construcción de una Europa Unida, federal o no, se produjo. Los avances se sitúan de manera paradójica cuando unen sus voluntades políticos de distintos signos. El caso más curioso es el entendimiento pro Europa de Helmut Kohl con Felipe González, cuando a este último le era difícil coordinarse con su “correligionario” François Mitterand. También se puede señalar la colaboración entre el derechista Giscard d’Estaing y el socialdemócrata alemán Helmut Schmidt…
Esto me sirve para afirmar que cuando cambió nuestra sociedad económica, después de los fructíferos treinta años de postguerra, cuando se “insinuó” y después se impulsó la mundialización, cuando se modificaron las instituciones europeas, cuando se trató de elaborar una Constitución para una Europa que no existía como nación, los socialistas de las naciones europeas nunca se preocuparon seriamente de reflexionar sobre los cambios que les iban a afectar tarde o temprano. Ciertamente se creó un Partido Socialista Europeo, con un programa para las elecciones europeas. ¿Cuántos ciudadanos de Europa lo supieron? Cada partido, en el límite de sus fronteras decidió de su programa. Cada partido, en la soberanía de su grupo en el Parlamento europeo, decidía de sobre voto. Cada partido, en su egocentrismo anacrónico, decidió que la izquierda no tenía que presentar un candidato a la Presidencia de la Comisión Europea. Cada partido, en su miopía, se olvidó de los imperativos democráticos que implica una construcción transnacional.
Pero aún peor, ningún partido afrontó la reflexión sobre la respuesta a los cambios de nuestra sociedad, sobre su porvenir y los desafíos de los otros continentes.
No fue por falta de calidad política. Al menos en nuestro país nuestros dirigentes socialistas han podido, heredando de un país anacrónico, transformarlo en una nación y una democracia equiparables a las demás europeas. Fue por el exclusivo apego a lo inmediato. Pase lo que pase el prócimo mes de mayo en Francia, los socialistas europeos tienen abierto un periodo bastante largo para poder reflexionar, idear y preparar actuaciones programadas y no improvisadas. Y sobre todo actuaciones concertadas en Europa, el único escenario verdadero del socialismo democrático. Nuestros antepasados se decían internacionalistas, me bastaría con que nos definiéramos como ciudadanos socialistas de Europa.
En febrero se reúne el congreso del PSOE. Buena ocasión para lanzar la iniciativa. Esto sí sería renovación.