En este sentido, es absurdo sostener que “mejor no se podía hacer” y que hemos sido tratados injustamente. Mejor siempre se puede hacer. Y parece que otros sí lo han hecho mejor: con un mayor presupuesto, con mayores garantías financieras, con mayor capacidad explicativa -y replicativa- y, sobre todo, con más habilidad para sumar apoyos. En cambio, la candidatura de España en esta ocasión obtuvo incluso menos apoyos que hace cuatro años. Por lo tanto, dicho retroceso debe obedecer a alguna razón que sería bueno que fuéramos capaces de identificar, para que en el futuro -si es que insistimos- no se vuelvan a repetir los mismos errores y carencias.
La conclusión más evidente es que aquellos que en esta ocasión han gestionado y liderado el proyecto no han logrado concitar la confianza suficiente. Ni siquiera a nivel de imagen. Y eso fue bastante palpable en la presentación de las candidaturas. En el aspecto técnico, financiero y de programación concreta la candidatura de Tokio parecía mucho más sólida, y su proyecto olímpico más y mejor articulado, con un propósito keynesiano de inversiones y de relanzamiento de su economía. De igual manera, la imagen de su primer ministro transmitía más confianza que la pobre lectura de un triste texto en su propio idioma por el Presidente Rajoy. Tampoco la alcaldesa Botella (de rebote) y el Presidente González (también de rebote) aparecieron como figuras políticas a la altura de las circunstancias.
El problema mayor es que a esta pobre, y un tanto triste y desvaída, imagen de liderazgo se une un trasfondo muy serio de problemas políticos y de credibilidad, que han trascendido cumplidamente a la opinión pública mundial, generando un ambiente poco propicio. El rocambolesco caso Bárcenas-Gürtel, con todas sus secuelas y derivadas y la absurda negativa incluso a que pueda ser abordado en sede parlamentaria es la peor tarjeta de presentación para unos líderes que quieran hacerse merecedores de la más mínima confianza internacional. A esto se une una práctica de gobierno bastante chapucera y unas actuaciones poco rigurosas y precisas en los foros internacionales, donde el actual gobierno de España ha llegado a tener muy poco peso y, a veces, un escaso respeto, al que no son ajenos algunos intentos de ocultación y determinados enjuagues que en los países serios no se entienden muy bien. Lo cual está resultando bastante injusto y perjudicial para España, que es un país con mayores potencialidades y logros de lo que algunos están dispuestos a reconocer.
Especialmente, la política de recortes en gastos sociales, en educación y en sanidad ha generado una imagen bastante negra y negativa del actual gobierno de España, convirtiendo a nuestro país en un foco de atención informativa internacional por sus indicadores de pobreza, sus retrocesos educativos, su falta de rigor y transparencia política y las protestas sociales que todo ello está generando.
Cuando un país recorta gastos educativos brutalmente, suprime becas e, incluso, no paga desde hace meses las ayudas a algunos de sus deportistas olímpicos es un poco absurdo pensar que los miembros del Comité Olímpico confíen en que en España no van a darse problemas para llevar a cabo unos Juegos Olímpicos con el suficiente nivel de atención y financiación, en una ciudad en la que el nivel de endeudamiento es considerable y donde están a la orden del día los recortes en campos de primera necesidad.
Es difícil saber si los que votaron las candidaturas olímpicas en Buenos Aires sabían realmente que varios atletas olímpicos españoles llevan varios meses sin cobrar sus becas -y viviendo del aire- o que 25 de las 63 federaciones deportivas están en quiebra, o que una parte de ese 80% de instalaciones completadas están aún pendientes… ¿Por qué no empiezan nuestros actuales gobernantes por ser más serios y fiables? Como se repitió en las redes sociales, una vez conocidos los pobres apoyos a la candidatura de Madrid, el rechazo a “la radioactividad de los actuales gobernantes españoles pesó más que los riesgos de radioactividad de la central de Fukushima”.
Por lo demás, sería bueno que en algún momento se planteara una verdadera dignificación y democratización transparente de la organización del olimpismo mundial. ¿Por qué no se hace?