La duda persiste, aunque ya la vaya resolviendo a la vista de cómo van sucediendo los acontecimientos y de las últimas decisiones ya tomadas. El nefasto resultado electoral ha abierto una crisis importante en el PSOE. No solo alrededor de la figura del Secretario General actual, Zapatero, que ya estaba decidida tras su renuncia a volver a ser candidato, sino alrededor de la figura de su sucesor natural, Rubalcaba, al que los resultados electorales le debilitan en exceso. Y claro, ante este panorama no caben Congresos tranquilos ni serenos porque la nueva Dirección del PSOE, más allá de administrar el funcionamiento interno y el cumplimiento estatutario tiene que ser la que vuelva a situar al socialismo en el centro del debate social, en el corazón de esta sociedad atribulada por los excesos del capitalismo, eso sí, soportados estoicamente y sin respuesta crítica por el PSOE. En ese sentido, la urgencia de la convocatoria del Congreso para primeros de Febrero no parece una buena estrategia, salvo que se tenga claro que ese no va a ser el congreso definitivo, y que la Dirección en él elegida tendrá la encomienda de propiciar el debate posterior que vuelva a abrir las puertas del futuro al PSOE. Si así se entiende, no se comprende fácilmente la discusión nominativa alrededor de la figura del nuevo Secretario General.

Si el meollo de la discusión es esa figura, exclusivamente, no vamos bien. Si es esa la razón de la prisa, tampoco. Porque la acción parlamentaria, en este nuevo tiempo de mayoría absoluta del PP, requiere de las mismas dosis de serenidad que la propia dirección del Partido. Conviene leer con interés los resultados electorales. De los cuatro millones de votos perdidos por el PSOE han sido muy pocos los que han ido a parar a otras formaciones, en todo caso, unos pocos a IU. La consecuencia es que los socialistas hemos sido castigados, pero ninguno otro ha sido premiado con los votos de los desafectos socialistas. Probablemente muchos de los votantes socialistas que no se acercaron a las urnas estarán asustados del resultado de su decisión, pero hará mal el PSOE si se sienta a esperar que el susto les haga volver en las próximas elecciones con su intención acendrada de votar a los socialistas. Los socialistas estábamos avisados, no sólo por las encuestas que predecían la debacle, sino porque la calle se había llenado de gente indignada y desempleados que solo reclamaban su derecho a vivir con un mínimo de dignidad.

La reflexión del PSOE, como partido que ha gobernado durante más de las dos terceras partes del periodo democrático, no puede ser a la defensiva, con el simple objetivo de contrarrestar la acción del gobierno del PP, sino para definir un nuevo modelo social, con los principios ideológicos inherentes a su humanismo, ética e ideología tradicional, aunque adaptándose a este nuevo tiempo en que la globalización económica obliga a mirar el Mundo como si se tratara de una única patria, de una grandísima nación más compleja y más amenazada por las convulsiones que ella misma genera en su seno. Y todo esto ha de hacerlo con el convencimiento de que no es el PSOE el llamado a servir a las organizaciones propias del capitalismo (los Mercados), sino que son ellas las que deben servir a la sociedad global y globalizada en que vivimos. Esto, que parece tan ambicioso e intangible, es fácil de compaginar con la respuesta que los ciudadanos reclaman en la calle: reclamos tan sencillos como cuantos derechos vienen recogidos en la Declaración de los Derechos Humanos y en la Constitución: educación, sanidad, suficiencia económica, vivienda, condiciones de vida y subsistencia dignas, igualdad (de oportunidades, al menos), respeto a la condición social y sexual, etc…

El PSOE tiene que vencer esa tentación tan encarnada en los partidos de resolver su crisis sin luz ni taquígrafos, porque muchos de los cuatro millones de votantes perdidos, la gran mayoría de ellos, desean participar en su recuperación, al menos siendo informados. Puede aceptarse el dicho popular de que “los trapos sucios se limpian en casa”, pero lo que aflige al PSOE y a sus votantes no se reduce a un rimero de trapos sucios, sino al hecho de que no le ha funcionado bien la lavadora y otros elementos fundamentales para su óptimo rendimiento. Alguien pensó que los “trapos sucios” que aireaban los indignados con frases ocurrentes iban a ser resueltos por obra y gracia de la providencia o el paso del tiempo, pero nunca fue así, y solo un análisis demasiado somero de sus reivindicaciones llevó a la inacción y la desidia. Alejados ahora del poder y del gobierno, los socialistas tenemos la oportunidad de reflexionar públicamente, de pensar más en el empoderamiento de los ciudadanos que en el apoderamiento de las élites políticas y económicas.

Ciertamente, cuanto haga el PSOE requiere orden y programación porque el caos y la anarquía nunca han sido útiles en estas situaciones, pero requiere luz, taquígrafos y una adecuada divulgación de cuanto vaya haciendo y debatiendo en su seno, porque es un partido de gobierno, porque su objetivo siempre ha de ser la sociedad en su conjunto y porque quienes nos han castigado con su abstención permanecen expectantes sin irse a otro paraje político, entristecidos pero dispuestos a devolver al PSOE el Gobierno, a sabiendas de que lo que ahora tendrá el PP durante esta legislatura es solamente el Poder, para usarlo en su provecho.