Primero porque la elevada abstención del 7-J y la ajustada victoria del PP no reflejan una apuesta mayoritaria de la sociedad española por las recetas conservadoras y liberales para afrontar la crisis. Un vuelco de estas características en los valores políticos de los españoles hubiera arrojado un debate más explícito y una participación mayor en las urnas. Las causas de la derrota socialista deben buscarse en una multiplicidad de factores, que van desde el desencanto por el exasperante proceso de integración en Europa, hasta la irritación lógica por la aparente falta de respuesta eficaz al paro temible, pasando por el ventilador de la corrupción o una campaña demasiado centrada en los conflictos entre los propios partidos.
Y en segundo lugar, porque si bien los partidos de derechas han obtenido en general mejores resultados que los socialistas en la Unión Europea, el marchamo ideológico de las principales medidas que aquellos están proponiendo y ejecutando es inequívocamente socialdemócrata. Ni Merkel ni Sarkozy practican la desregulación en los mercados financieros, las bajadas de impuestos o el recorte indiscriminado de derechos sociales. Antes al contrario, promueven la reconstrucción del entramado financiero internacional desde parámetros de estricta regulación, impulsan la inversión pública para estimular la demanda, y preservan la paz social como requisito para asegurar la mayor celeridad en la recuperación.
En España, sin embargo, determinados editorialistas y algunos analistas reputados lanzan en estos días preocupantes cantos de sirena hacia el Gobierno. Felipe González, por ejemplo, tan acertado en otras ocasiones, insta al ejecutivo a desmarcarse del diálogo social para forzar una reforma del mercado laboral, al tiempo que reivindica más intensidad en el proceso de liberalización de servicios e, incluso, pone en cuestión la apuesta a largo plazo por las energías renovables, colocándose al frente de la manifestación que pide la prórroga de vida para la central nuclear de Garoña. Otros van más allá aún, reclamando al Gobierno la retirada del proyecto le ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo.
Tras estos planteamientos hay valores políticos e intereses perfectamente legítimos. Pero no son los que hicieron ganar al PSOE las elecciones de 2008, ni son los que nos harán ganar las próximas, ni son los que representa la actual mayoría socialista en las Cortes Generales, ni son los que comparte la mayoría de la sociedad española que busca salir de la crisis con más prosperidad y más justicia social.
El diálogo y la concertación social constituyen un valor extraordinario para la sociedad y la economía española en la empresa común de vencer la crisis. Ponerla en riesgo para colmar las expectativas insaciables de quienes nos metieron en este lío y ahora quieren salvar sus muebles recortando derechos a los trabajadores, resulta absolutamente inaceptable. Por otra parte, la desregulación, la privatización y el “sálvese quien pueda” en los mercados liberalizados nos ha llevado al desastre. Sorprende que todavía haya quienes persistan en la receta, intentando a duras penas disimular los intereses visibles y muy parciales a los que sirven. Y puede discutirse el cálculo de la vida útil de una central nuclear determinada, sobre todo en tiempos de crisis, pero es indiscutible que el futuro de la autonomía y la garantía del suministro energético de España pasan a largo plazo por las energías renovables.
Si hay una conclusión clara y eficaz para el Gobierno sobre los resultados del 7 de junio, esta pasa por la necesidad de intensificar el programa socialdemócrata para la reactivación económica y la creación de empleo, con el objeto de que sus resultados sean factibles y perceptibles lo antes posible. Las políticas socialistas ya triunfan en Europa, aunque no lo hagan sus partidos. Corresponde al Gobierno socialista de España dar cuerpo político y liderazgo global a las ideas y al programa que han de sacar a la comunidad internacional del formidable lío en el que nos metieron los neocon, con Bush, Aznar y Rajoy a la cabeza.