El apoyo firme de los sindicatos- han llegado a un acuerdo con el gobierno para fijar las retribuciones de los funcionarios y están discutiendo sobre pensiones, SMI, y el IPREM; aunque son críticos con las medidas fiscales- y, en ocasiones, de los grupos parlamentarios de izquierda, no es suficiente para garantizar la gobernabilidad sin sobresaltos, dada la actitud del PP, así como de la CEOE–CEPYME e, inclusive, del grupo PRISA que ha modificado su línea editorial después de muchos años- lo que ha sorprendido a propios y extraños- como reacción a la política del gobierno y en particular al decreto sobre la TDT de pago aprobado recientemente, lo que no deja de ser una intromisión intolerable en la acción del gobierno.

Ante esta situación algunos culpan al gobierno de no saber comunicar su política a la ciudadanía cuando ésta es una labor que se debe realizar a todos los niveles, sobre todo hacia abajo, y por lo tanto principalmente desde el partido. Por su parte, el principal partido de la oposición ha criticado que el comité federal del PSOE se conjure para apoyar al gobierno, y particularmente a su presidente, cuando ésta es una de las misiones fundamentales de cualquier partido político: apoyar a su gobierno. Otros buscan divisiones internas dentro del partido que apoya al gobierno en las declaraciones que hacen dirigentes relevantes en el pasado sobre la salida de la crisis en los medios de comunicación.

En todo caso, estas consideraciones demuestran la importancia que tiene el partido en la acción de cualquier gobierno en un contexto democrático y particularmente en la resolución de la crisis en la actualidad. En este sentido conviene recordar que, en su etapa final, el gobierno socialista de Felipe González se enfrentó a tres problemas de profundo calado: la oposición del conjunto del movimiento sindical, la supeditación de la política social a la política económica del gobierno, y la escasa operatividad del partido en la práctica al estar sus dirigentes ocupados en cargos institucionales y de gobierno a distintos niveles.

Zapatero ha resuelto bien las relaciones con los sindicatos y está dando prioridad, dentro de lo posible, a la política social sobre la política económica. Sin embargo, ha caído en los mismos defectos en cuanto a la estructura partidaria (la entrada reciente en el gobierno de Chaves y Blanco agudiza la supeditación del partido- con dirigentes operativos de perfil bajo- al gobierno y le deja sin contenido y sin credibilidad delante de la opinión pública).

Efectivamente, en la práctica, el PSOE como partido está oscurecido y anulado por el gobierno, sin que éste deliberadamente lo pretenda, como aconteció con el debate sobre la política fiscal abierto por José Blanco en plenas vacaciones sin que nadie supiera a quién representaba. Sus máximos dirigentes siguen desarrollando tareas de corte institucional. El debate partidario en las casas del pueblo prácticamente ha desaparecido, lo que resulta lamentable en la actual situación. La presencia del PSOE en el tejido social brilla por su ausencia (asociaciones culturales, de barrio, de vecinos, ONG, sindicatos…). El comité federal ni controla a los órganos de dirección ni genera debate y participación; por el contrario se ha convertido exclusivamente en una caja de aplausos a la labor del gobierno y de sus dirigentes partidarios situados éstos ante hechos consumados. El cambio generacional- que siempre es positivo- ha dejado sin cometido a decenas de antiguos responsables, con capacidad política demostrada, sin ninguna ubicación posible en la actualidad, ni siquiera de carácter interno. En esta situación es difícil que el partido traslade y comunique a la opinión pública la política del gobierno y que, a su vez, el partido traslade al gobierno las inquietudes de la ciudadanía y las conclusiones del necesario debate partidario.

La derecha, en términos históricos, nunca ha necesitado un partido fuerte porque siempre ha contado con otros apoyos (económicos y mediáticos). Sin embargo, la izquierda, al carecer de esos apoyos, siempre ha tenido necesidad de contar con partidos políticos fuertes como ha ocurrido en la práctica totalidad de los países europeos. Al comienzo de la transición política la UCD y más tarde AP carecían de estructura partidaria- cosa que no ocurría con los partidos de izquierda- y eso, entre otras cosas, les llevó al fracaso electoral. Posteriormente, José María Aznar se percató de esas carencias e hizo del PP un partido no sólo de afiliados, sino también con estructura partidaria (interventores, dirigentes a distintos niveles, asambleas de afiliados, capacidad de movilización…) que le ayudó a ganar las elecciones generales y formar gobierno en dos ocasiones.

Este somero análisis demuestra que, actualmente, las diferencias entre los dos partidos mayoritarios en cuanto a estructura partidaria son insignificantes, lo que no facilita la tarea del gobierno en la actualidad y representa un problema para el PSOE de cara a futuras confrontaciones electorales y, por añadidura, para la izquierda en general. Un gobierno de izquierdas, y en todo caso una política socialista, requiere de ideas que fundamenten una política progresista y, por lo tanto, redistributiva, justa, y solidaria. Pero, sobre todo, necesita contar con un instrumento adecuado y moderno que dé a conocer esta política y suscite la participación de abajo a arriba y viceversa, utilizando las nuevas tecnologías (Internet) y poniendo a prueba la democracia interna lo que mejorará su correlación de fuerzas en el debate político.

Además, así se responderá mejor a las críticas fundadas que se hacen a los partidos políticos de que no conectan con la ciudadanía y particularmente con la juventud, como de hecho se constata con las organizaciones juveniles de los partidos políticos que tienen dificultades para consolidarse como organizaciones representativas, lo que también ocurre con otras asociaciones juveniles de carácter cultural y social. Por eso, para conectar con los jóvenes hay que ofrecerles algo atractivo que tenga que ver con sus necesidades y proyectos, lo que requiere además propuestas claras y diferenciadas de las formaciones políticas, cosa que no ocurre con frecuencia. Conviene recordar, en todo caso, que sin los jóvenes el futuro será siempre incierto para las ideas socialistas.

Desde luego, poner remedio a esta situación no resulta nada fácil como se está demostrando en los partidos socialistas de la UE. La debacle electoral del SPD en Alemania, así como la difícil situación por la que atraviesan el partido laborista inglés y el partido socialista francés son referencias que hay que analizar en profundidad para evitar que eso pueda ocurrir en nuestro país. Por eso resulta imprescindible seguir insistiendo en que se potencie la figura del partido para lo que se debe, de entrada, frenar el riesgo de burocratización a que se ven sometidas las estructuras partidarias y desarrollar un trabajo tenaz con las organizaciones sociales de base. Entre las alternativas para desarrollar estas medidas se debe potenciar la elección de personas que se dediquen exclusivamente a tareas partidarias- no se trata de reabrir el debate sobre las incompatibilidades- dando la importancia que tiene a esta responsabilidad política que, finalmente, resulta prioritaria e insustituible, y desde luego, a la que hay que darle un mayor relieve y reconocimiento tanto en los partidos como en la sociedad. Fuera del gobierno y de las instituciones también hay vida… y desde luego se puede hacer política como se ha demostrado a través de la historia.