El casi octogenario Clint Eastwood es un incansable “trabajador del cine”. Tras cerca de setenta títulos ante el objetivo, se retira de la interpretación. No del cine, porque ya está dirigiendo su nueva película sobre la vida de Nelson Mandela, al que interpretará otro de los grandes: Morgan Freeman. Atrás quedan tantos papeles memorables que sería imposible tratar de recordarlos pero muchos de ellos ya forman parte de la memoria colectiva y de la historia viva del séptimo arte. Se despide como actor con un regalo espléndido: “Gran Torino”, un guiño a los seguidores del inspector Harry Callahan, en “Harry el sucio”, y grandes dosis de maestría cinematográfica. Lo hace desde la piel de un anciano cascarrabias que, en el ocaso de su existencia, aprende una valiosa lección sobre la vida y la condición humana.
Walt Kowalski, nuestro protagonista en “Gran Torino” es un trabajador del sector del automóvil jubilado, ocupa su tiempo con reparaciones domésticas, cerveza y visitas mensuales al peluquero. Aunque el último deseo de su difunta esposa fue que se confesara, para Walt, un resentido veterano de la Guerra de Corea que mantiene su rifle M-1 limpio y listo, no hay nada que confesar. Aquellos a los que solía considerar sus vecinos se han trasladado o han fallecido y han sido sustituidos por inmigrantes hmong, del sudeste asiático, que él desprecia. Ofendido por prácticamente todo lo que le rodea, Walt sólo espera a que llegue su última hora. Hasta la noche en que alguien intenta robar su Gran Torino del 72. Tan reluciente como estaba el día en que el propio Walt ayudó a sacarlo de la cadena de montaje hace décadas, el Gran Torino hace que su tímido vecino adolescente, Thao, entre en su vida cuando los pandilleros hmong presionan al chico para que intente robarlo. Pero Walt lo impide, convirtiéndose en el reacio héroe del barrio, especialmente para la madre y la hermana mayor de Thao, Sue, quien insiste en que Thao trabaje para Walt para enmendar su conducta.
Es una historia de vida y muerte, de entrega sin reparos a lo que se cree correcto sin otra compensación que hacer lo que se debe.
Eastwood logra hacer un cine con nítidos rasgos clásicos y con un buen dominio de los mecanismos narrativos. Con lo que se ha ganado, con el tiempo, el cariño y el favor de la crítica y del público.