Pero lo que más me ha perturbado, demostrando que yo estaba equivocado al pedir que se definiese nuestro Presidente, es que no solo no ha apuntado ninguna solución para resolver los problemas que tenemos, sino que ha creado otro. ¡Y de importancia!

Me explico. Don Mariano Rajoy ha afirmado con toda rotundidad que la Infanta Cristina es inocente. No que lo esperaba, que lo creía, sino que era así. Eso deseamos todos. Bastantes problemas tenemos ya. Pero quien afirma esa inocencia, desde luego presupuesta como la de cualquier ciudadana, pero de cuya realidad deben decidir los jueces, y solo los jueces, es el Presidente del Ejecutivo, no un juez.

Estamos en democracia. Lo dice la Constitución y aunque sea imperfecta esta Democracia la apreciamos todos si la comparamos con lo vivido anteriormente. Uno de los principios base de la democracia es la separación de poderes. Oigo el crujir de los huesos de Montesquieu, perturbados en su secular reposo por la afirmación de un Jefe del Poder Ejecutivo invadiendo el terreno del Poder Judicial.

Después de que hablara nuestro Presidente quedan dos alternativas, no tres, porque esto va en serio, no es fútbol y no hay empates.

Primera posibilidad: la Princesa Cristina es reconocida inocente, sea porque no es procesada, sea porque sale limpia del proceso. Yo creo que muchos nos alegraríamos de alejar así un problema de importancia. Pero muchos también dirán que la Princesa ha sido declarada inocente porque lo afirmó públicamente el Presidente del Gobierno, que este tiene posibilidades más que suficientes para influir en los jueces, que por lo tanto no existe la independencia de la justicia, que es evidente que no estamos en una Democracia…y me paro. Otra posibilidad: la justicia procesa y condena a la Infanta. ¿Qué pasa con un Presidente que con tal fuerza afirmó que era inocente? ¡Vaya descrédito! Por lo menos. La conclusión es que la afirmación resultaba no solo imprudente, sino peligrosa para nuestra democracia, y que desde luego no le hace ningún favor a la Princesa. Únicamente consigue que se pueda dudar de la libertad de los jueces a la hora de examinar el caso.

Pero no es el único daño que hacen estas palabras. En efecto, al mojarse así el Presidente del Gobierno enoja a muchos ciudadanos quienes, sin ser antimonárquicos, estiman que la justicia debe ser igual para todos. Pueden estos ser llevados a pensar que entre la Corona y el Ejecutivo se establecen circuitos que no deberían existir. Yo no lo creo, pero me parece evidente que la causa de la Monarquía se debilita con tal declaración. Y no estamos para meternos en otro lío institucional además del catalán, del vasco, de la Constitución…

Para mejor demostración de lo que escribo quiero imaginar la situación opuesta. Mariano Rajoy dice que la Justicia es la misma para todos, lo afirmó hace poco Su Majestad, recuerda que como cualquier ciudadana la Princesa Cristina debe beneficiarse del supuesto de inocencia mientras la justicia no la condene, afirma su confianza en los jueces y fiscales. Siguiendo con mi suposición, sea cual sea el resultado del caso, el Poder Ejecutivo, salido de los votos de los ciudadanos no estaría marchitado. Si la Princesa fuera declarada inocente nadie podría aludir a influencias extrañas y antidemocráticas. Si la situación fuese diferente, la Monarquía abría afrontado como debe un eventual fallo de alguien de la Familia y la falta no comprometería la Institución.

Nada podía ganar ni la Institución Monárquica, ni la Princesa, ni la Democracia con las afirmaciones de Mariano Rajoy.

Por lo tanto, no he resuelto el dilema: debe hablar o debe callar nuestro Presidente. Dice la sabiduría popular que”en boca cerrada no entran moscas”. Así que, ¿por qué no actúa y calla?