Y el problema no es solamente el debilitamiento de las estructuras asociativas básicas, y de las organizaciones sindicales y políticas, sino que existe también un distanciamiento general de los ciudadanos de lo que acontece en la esfera política, con todos los riesgos que pueden derivarse de un divorcio entre la mal llamada “clase política” y la ciudadanía en general.
Muchos ciudadanos tienen la sensación de que el grado de madurez de nuestras sociedades y sus propias capacidades personales no se corresponden con la existencia de unos planteamientos políticos serios y maduros que les permitan ejercer su ciudadanía de manera más plena, cada vez con mayor información y mayor capacidad de participación.
Las tendencias hacia la crispación y la simplificación de los debates políticos están dando lugar a múltiples reacciones y efectos que muchas veces no son bien diagnosticados ni interpretados por los que están ocupando responsabilidades políticas.
Las bajas tasas de participación electoral que se registran en diversos países -uno de cuyos últimos ejemplos ha sido lo sucedido en el referéndum andaluz- no son un asunto de poca importancia para el buen funcionamiento de la democracia. Si los ciudadanos no votan ni se interesan por lo que acontece en la vida política, es que algo preocupante está ocurriendo. Por ello, hay que entender que una democracia no puede funcionar de espaldas al sentir ciudadano y que, con tales alejamientos y disentimientos se puede llegar a poner en cuestión el verdadero sentido de la democracia. ¿Cómo es posible que algunos no entiendan que es preciso reaccionar con rigor y seriedad para poner coto a esta deriva erosiva?