Es vidente que la crisis económica que se cierne sobre el mundo globalizado ha llevado a poner en jaque a todos los Gobiernos que sufren esta realidad. Los ciudadanos asisten asombrados a cómo sus gestores son incapaces de buscar soluciones a este drama que ha llevado a muchas familias a una situación de desempleo, en el mejor de los casos, o a bordear la exclusión social en la mayoría de ellos.
Aterrizando en España, este descrédito de la clase política se ha visto mucho más acusado tras superar una cita con las urnas en cuya campaña electoral, el partido que resultó ganador, mintió descaradamente en su programa electoral. Este hecho se evidenció al día siguiente de la toma de posesión del presidente Mariano Rajoy, demostrando que cabalgó deliberadamente a lomos de la crisis ocultando su verdadero programa de Gobierno.
Además, las diferentes iniciativas que ya ha puesto en marcha el nuevo Gobierno neoconservador, agrede directamente a los ciudadanos recortando derechos por la vía de las contrarreformas, por lo que los electores, se sienten aún más estafados. Por lo tanto, la sociedad civil se está planteando, cada vez más, si el sistema democrático del que nos hemos dotado es el que mejor responde a sus necesidades.
Hace algunos años surgieron grupos de ciudadanos unidos en torno al denominado movimiento altermundista, que se sustentaban fundamentalmente en dos pilares: más participación ciudadana y lucha contra la globalización económica y las desigualdades que genera. Este movimiento se fue desinflando con el paso de los años. Entonces era fácil encontrarse con un foro social de carácter internacional, europeo, o simplemente local, cada pocos meses. A él se sumaron políticos de renombre que defendieron muchas de sus reivindicaciones y que eligieron la ciudad de Portoalegre (gobernada entonces por Lula da Silva) como ejemplo claro de que sus reivindicaciones eran posibles.
Sin embargo, estos políticos que se sumaron a sus postulados, o bien no consiguieron convencer de las bondades de este sistema a sus respectivos compañeros de partido, o bien simplemente lo usaron para engrandecer su imagen ante un electorado deseoso de cambios verdaderos. La realidad es que la falta de un avance claro y concreto de este movimiento lo llevo a su extinción por la vía de la inanición.
Posteriormente en España surgió el denominado 15-M, movimiento que recogía la esencia del altermundista, azuzado, sin duda, por la falta de respuestas de un Gobierno que era incapaz de poner freno a la riada de personas que caía en el desempleo y por tanto a la asfixia financiera que se encontraros muchas pequeñas empresas. Sin embargo, nuevamente, tras la cita con las urnas el pasado 20-N, este movimiento se ha desinflado prácticamente hasta su desaparición.
Pero la ausencia de un movimiento organizado no ha provocado que los ciudadanos se queden en casa a reposar su malestar. Movilizaciones como la de los estudiantes en Valencia se han reproducido en muchas partes del país, así como la demostración de la indignación ante una reforma laboral que aún está por reflejar sus verdaderas consecuencias.
Por lo tanto aún no está todo perdido. Existe el caldo de cultivo necesario en muchos ciudadanos que demandan cambios necesarios en el sistema para volver a creer en la clase política. Aquí es donde cobra especial interés la Consulta Social que se realizó en la Comunidad de Madrid sobre la privatización del agua.
Los ciudadanos quieren más transparencia, dar su opinión sobre las cuentas que aprueban las instituciones cada año para influir hacia qué lado dirigirlas, sobre las medidas que adopte un Gobierno y que no figuran en el contrato (programa electoral) que firman sus integrantes con los ciudadanos el día de la jornada electoral. Presupuestos participativos, referéndums, consultas sociales, asambleas vecinales, en todos ellos se encuentra el camino para que los ciudadanos vuelvan a creer en sus instituciones, la clase política y por tanto, en el sistema. Aprovechemos esta crisis para dirigirnos hacia una democracia más participativa.