Por eso, no puedo dejar de cavilar en qué pensarán muchos niños y jóvenes vascos cuando ven a su alrededor una tendencia progresiva al encapuchamiento de la sociedad vasca. Los radicales acuden a las manifestaciones bien encapuchados, sus portavoces hacen declaraciones ocultos tras recias capuchas y los policías han acabado haciendo buena parte de su trabajo protegidos tras el anonimato de unas capuchas. Si no se detiene la violencia, ¿cuánto tiempo faltará para que los representantes políticos se vean inclinados también a cumplir sus funciones y plantear sus posiciones y opiniones provistos de capuchas?
Cuesta trabajo entender cómo en una sociedad tan próspera, laboriosa y con tantas virtudes sanas se puede caminar en pleno siglo XXI por la senda del miedo y el encapuchamiento, con todos los costes económicos, sociales, políticos y culturales que esta tendencia tiene para la sociedad vasca en su conjunto. ¿Qué estarán pensando las nuevas generaciones de todo esto? ¿Cómo acabarán reaccionando?