La expresión más avanzada y conocida de democracia política, económica y social se materializó en Europa Occidental tras la II Guerra Mundial, mediante la construcción del llamado modelo social europeo y su Estado del Bienestar. Uno de los errores del campo comunista fue denostar el pacto social a través del cual se fue configurando dicho modelo, argumentando que, en el fondo, significaba la aceptación del sistema capitalista a cambio de algunos avances sociales. La realidad era que no sólo el capital cedía una parte sustancial de sus plusvalías sino que se resistió relativamente poco al desarrollo de un potente sector público, a una fiscalidad progresiva y suficiente para financiar los importantes servicios y prestaciones públicas, además de mantener una actitud poco beligerante con la izquierda no comunista y los sindicatos. El error de muchos comunistas fue no darse cuenta de que para amplísimos sectores de la población tales avances sociales suponían avances “socialistas” dentro del capitalismo.

Otro error fue no calibrar en toda su dimensión que entre los factores que más influyeron en la resignada aceptación del capitalismo a la formación del Estado del Bienestar estaba precisamente el atractivo que para decenas de millones de europeos ejercía el campo socialista, con la Unión Soviética a la cabeza.

Vino luego el declive del bloque soviético, más o menos a la par del inicio de la contrarrevolución conservadora auspiciada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Cayó después el Muro de Berlín. Los socialistas, socialdemócratas y cristianodemócratas, que fueron los principales artífices del modelo social europeo, pasaron a ser prescindibles para las fuerzas políticas, económicas y financieras en las que se asienta el capitalismo en Europa. Y hoy estamos donde estamos.

Recordar todo esto, a sabiendas de su esquematismo, es conveniente para entender que si no se define un proyecto alternativo al capitalismo, capaz, por la claridad de sus propuestas, de atraer a millones de personas al compromiso por su realización, el resultado no puede ser otro que estar en la planicie por la disputa de quién lo gestiona mejor, y ahí la izquierda tiene la batalla perdida. Las terceras vías, tipo de las promovidas por el ínclito Tony Blair, tienen mucho que ver con la actual endeblez de la izquierda. En suma, negar el capitalismo, por su naturaleza depredadora y no democrática, es condición necesaria para que la izquierda con voluntad transformadora marque su identidad. Claro está que no es condición suficiente. Se necesita esa alternativa al sistema, empezando por recuperar la primacía de la política. Teniendo en todo caso presente que sólo “asustando” al capitalismo y sus valedores, mediante la participación de las masas populares en la acción política y, sobre todo, en la calle, podremos hoy evitar el destino al que tratan de conducir a la democracia, al modelo social europeo y a su Estado del Bienestar.