Estallada la crisis hace dos años, los economistas (y permitan que generalice aunque reconozco su incorrección) analizan los orígenes de la crisis, que nadie supo advertir. Las tasas de interés tan bajas resultaron buenas para la economía productiva, pero generaron que la ciudadanía, las empresas y las administraciones se endeudaran por encima de sus posibilidades; todos parecíamos ricos sin tener dinero en la hucha. Los bancos, avaros de acumular el mayor número de operaciones de préstamos, con el fin de hacer caja, ya que los márgenes que reportaban los intereses eran pocos, rebasaron todas las líneas rojas del sentido común: “los créditos subprime”. Pero, aunque no hubo indicadores económicos que alertaran de lo que se venía encima, el sentido común indicaba que algo raro pasaba. ¿Cómo era posible que se construyeran más viviendas que nunca y en cambio siguieran subiendo los precios: dónde estaba el equilibrio entre la oferta y la demanda? ¿Cómo era posible que todos (incluidas las administraciones) gastaran y gastaran a base de créditos a plazos inimaginables hipotecando de forma infinita a generaciones venideras?
Lo paradójico es que ahora todas las medidas de reducción y ajuste (que ya sé que son necesarias) deben servir para “dar confianza al mercado”, cuando lo que ha existido ha sido una burbuja inmobiliaria y financiera producto de la locura del dinero fácil; fallos de supervisión de los órganos europeos y económicos; fallos del mercado, que generó un desequilibrio entre oferta y demanda; fallos en la política monetaria, que se ha dejado en manos de instituciones sin vigilancia y con el único cometido de tener tasas de inflación bajas; y un fallo gravísimo en confiar que la propia autorregulación del mercado lo solucionaría todo, como la mano invisible que nos salvará de todas las responsabilidades.
¿Qué hemos perdido por el camino? En mi opinión, tres cosas:
1) No sólo hay una grave crisis económica, hay también una gravísima crisis de confianza en la Unión Europea, en las instituciones democráticas (desde ayuntamientos a gobiernos, hasta organizaciones representativas), y en la política. Nada descubro al advertir que quienes más “escaldados” y denostados están son los políticos.
2) No sé si ha existido la pedagogía suficiente para advertir a la ciudadanía que lo vivido ayer fue un espejismo, que no se puede volver al consumismo ilimitado, al gasto desmedido, a los préstamos sin intereses: a ser ricos sin tener dinero. Porque si, en lugar de corregir la situación, se pretende generar añoranza y nostalgia de lo “que pudo ser”, además de desconfianza, se genera frustración.
3) Mientras alimentamos al mercado, como si de un circo romano se tratara, “arrojando” recortes y recortes, ¿cuántos jirones del Estado de Bienestar nos dejaremos en el camino? El Estado de Bienestar ya forma parte de la civilización europea, será más o menos extensa en función de la tendencia política que gobierne y del compromiso de sus Estados, pero, una crisis sin precedentes como la que vivimos, puede ser una coartada perfecta para aquéllos que añoran disponer de mano de obra sin derechos como en los países emergentes tipo China, cuya economía saca cabeza sin necesidad de un gobierno democrático y de unos derechos sociales y laborales.
Los líderes europeos están seriamente preocupados, agobiados, sufriendo e intentando salir de esta situación grave. Algunos, como Zapatero, actuando con responsabilidad y firmeza, pretende realizar las medidas necesarias aún con el coste político que eso suponga, lo que es digno de felicitar. Pero, me preocupa que toda la cúpula política europea (gobernantes y oposición) toque los instrumentos que el mercado dirige, como si se tratara de un director de orquesta.
Cuando las medidas de ajuste estén tomadas, cuando estemos saliendo de la crisis, ¿nos acordaremos de poner candados para que esto no vuelva a pasar?
¿Dónde está el liderazgo político europeo capaz de poner freno y límites para que esta situación no vuelva a producirse?