El efecto de tal propuesta, en su conjunto, arroja un panorama de luces y sombras. Por un lado, es positiva la imagen de acuerdo entre las grandes fuerzas políticas. Aunque es posible que la precipitación y el poco cuidado prestado a las formas –que en política democrática son muy importantes– haya impedido alcanzar consensos más amplios.

Por otro lado, también puede ser positiva la imagen que se intenta ofrecer de un país que tiene voluntad firme de operar con un alto grado de rigor económico, hasta el punto de incluir en su Constitución un criterio de equilibrio entre sus gastos y sus ingresos. Sin embargo, es muy discutible que la mejor forma de lograr tal equilibrio sea llevar dicho propósito de política económica a la Constitución. Esta forma de proceder recuerda, en cierta medida, a los redactores de la Constitución de Cádiz cuando, llevados por su entusiasmo, llegaron a proclamar, como si tal cosa, que a partir de entonces todos los españoles serían “benéficos y sociales”. Hay propósitos y objetivos políticos que si se logran o no se logran es por la voluntad cotidiana de los gobiernos y por el respaldo político que concitan y no porque se proclamen solemnemente en textos no menos solemnes.

Por lo demás, proclamar, como una cuestión constitucional de fondo, el objetivo de equilibrio entre gastos e ingresos es una forma de desconocer la dinámica de la economía moderna y de negar determinados mecanismos propiciadores de dinamismo que, si fueran llevados de esta misma manera al ámbito de la economía doméstica, nos impedirían a muchos, por ejemplo, comprarnos una casa a crédito, o un coche, o adquirir otros bienes de consumo.

La forma inicial de proceder de Rodríguez Zapatero era obvio que estaba influida por unos enfoques internacionales de política económica bastante exagerados y que nos pueden llevar al desastre. Esperemos que los fanáticos de tales enfoques, ante el fracaso de sus recetas simplistas, no acaben postulando poco menos que una economía de trueque, como un sacrificio más ante el altar de los mercados.

Ante planteamientos tan radicales resulta un poco extraño que un país como España haya intentado sacar más pecho que otros, proclamando que nosotros vamos a ser los primeros y los más rápidos en seguir la senda marcada por la inefable Señora Merkel. ¿Por qué tanta prisa justo en estos momentos? ¿Es la mejor manera de defendernos y causar una buena impresión? ¿No sería mejor ofrecer una imagen de rigor y demostrar que tenemos un gobierno y una oposición que saben hacer bien las cosas?

Las reacciones políticas y sociales que están teniendo lugar ante esta iniciativa eran de esperar. El problema es si las cosas tienden a enconarse, de forma que la imagen de un país con crecientes tensiones y conflictos al final acabe ofreciendo una impresión internacional peor que aquella que se intentaba alcanzar de una manera aparentemente tan poco calculada que, incluso, algunos malpensados han visto implícitas otras eventuales intenciones ocultas.

De momento, los hechos objetivos son que la imagen de la reforma constitucional presenta bastantes claro-oscuros y que una parte apreciable de la opinión pública española ni la entiende, ni la comparte, tanto en lo que hace al fondo como a las formas. Incluso los argumentos de aquellos que sostienen que en estos momentos no habría que hacer un referéndum sobre la reforma bajo ningún concepto, sencillamente porque se discutiría mucho e incluso se podría perder, no hacen sino resaltar los componentes más débiles de la iniciativa. Si se puede perder, ¿por qué se hace la reforma? ¿Es legítimo imponer a un pueblo maduro una reforma constitucional con la que quizás no coincide? ¿Por qué no comprobarlo? ¿Es malo el momento para votar en un referéndum? ¿Y no es malo para votar otras cosas? ¿Qué mentalidad tienen los que piensan que votar es un lío y un embrollo? (sobre todo, si se corre el riesgo de que salga lo contrario de lo que inicialmente se pretendía) ¿Por qué algunos no son capaces de entender que no se pueden solucionar eficazmente los déficits económicos si al mismo tiempo se crean déficits sociales y políticos?

En definitiva, un auténtico lío en el que –sobre la base de unas intenciones que, en principio, podían ser positivas en algún aspecto– nos ha metido un Presidente que tendría que ser capaz de actuar con más discreción, dejando a otros el protagonismo político central. La impresión de mucha gente es que Rubalcaba y otros líderes del PSOE han intentado minimizar los costes y los problemas y reorientar la propuesta inicial por unas vías más razonables y asumibles. Pero, en cualquier caso, ciertos daños ya han sido causados. Daños no sólo en las posibilidades electorales del nuevo candidato socialista, sino en el propio clima político del país y en la capacidad de transmitir internacionalmente una imagen de paz social, de rigor y de voluntad de hacer bien las cosas.