Las potencialidades subyacentes del voto socialdemócrata en España pueden estimarse en estos momentos entre el 33% y el 43%, aun a pesar de los desgastes experimentados últimamente. Esto es lo que indican los datos sociológicos. Por lo tanto, el verdadero problema del PSOE es que se ha situado entre 6 puntos y 16 puntos por debajo de sus potencialidades. Lo cual es un indicador muy claro de que algo se ha hecho mal.

Lo cierto es que una parte de los votantes históricos (y potenciales) del PSOE en esta ocasión no han votado por dicho partido. ¿Por qué no han votado? Sin duda por varias razones, pero sobre todo porque no comparten la política que se está realizando, porque no coinciden con buena parte del discurso que se está proyectando y porque ya no confían en el actual liderazgo.

Ante esta situación –que aún puede empeorar–, en el PSOE se puede proceder de dos maneras. Se puede decir que se ha “entendido el mensaje” y continuar como si tal cosa, más o menos. Lo cual significaría que no se ha entendido nada en absoluto. O bien se puede reaccionar con la voluntad clara de un partido que quiere tener un papel significativo –y coherentemente orientado– en la historia próxima de este país. Un país que precisa de un gran partido socialdemócrata que sea capaz de desempeñar, con sentido profundo de su responsabilidad, una función equilibradora en lo social y en lo económico.

Por lo tanto, el PSOE tiene que empezar por recuperar un discurso socialdemócrata coherente, que pueda fijar nítidamente ante su electorado cuáles son sus propuestas y alternativas, lejos de la cultura de las ocurrencias, los bandazos y las simplificaciones.

A su vez, este discurso requerirá de un liderazgo acreditado y con capacidad para suscitar confianza y seguridad, en unos momentos complejos en los que muchas personas están preocupadas por la marcha de la economía y por los problemas sociales de fondo que están empezando a dar la cara. Por eso, los ciudadanos reclaman, sobre todo en los espacios de la izquierda, y ahora más que nunca, liderazgos capaces, del máximo nivel de competencia y con garantías de rigor.

Todo esto implica que en el PSOE hay que afrontar decididamente los cambios que se precisan, tanto en el plano del liderazgo y los equipos, como en el de los discursos políticos y las propuestas programáticas. Sin olvidar las importantes cuestiones que se relacionan con los buenos modos y maneras de hacer política, e incluso de comportarse en el día a día.

El problema al que actualmente se enfrenta el PSOE no es tan difícil de entender. De hecho, los electores lo entienden bastante bien; incluso bastantes de lo que votaron al PSOE el 22 de mayo. Por lo tanto, si no se quiere que continúe ahondándose la brecha existente respecto a las potencialidades sociológicas de voto del PSOE, hay que ser capaces de reaccionar sin mayor demora y en la dirección que se necesita. Si no se hace así y no se hace pronto, lo más probable es que otra parte del electorado socialista no lo entienda y emprenda también la senda del distanciamiento crítico.