Dos grandes errores han cometido los estrategas de la Unión, desde que en el verano de 2007, estalló la crisis. El primero fue creer que la crisis de las entidades financieras europeas era consecuencia del contagio que les había ocasionado su relación con los EEUU.

Con el discurrir del tiempo, se está viendo cómo son las deficiencias del sistema bancario europeo, sus debilidades, las que han hecho que estemos instalados en el epicentro de la crisis financiera global. Hasta el punto que el derrumbe del euro está dejando de ser una especulación pesimista.

Pero mientras que esto ocurre, vemos cómo los gobiernos rescatan a los bancos y los bancos rescatan a los gobiernos, con lo que el sistema se ha convertido en una economía vudú (Stiglitz).

El segundo gran error de diagnóstico se produjo en el diseño de la política económica que se aplica para toda la UE. La austeridad y el rigor garantizarían el crecimiento y la estabilidad. Unas prioridades instrumentales se sacaron a relucir como objetivos intermedios: ajustes presupuestos intensivos, reducciones de la montaña de deuda soberana, a lo que se añadían continuas restructuraciones financieras que balcanizaban el sistema bancario.

La austeridad y el crecimiento son los dos únicos partidos que, hoy en día, definen la política en Occidente (G. Riotta). Es ella la que ha decidido las elecciones que recientemente se han celebrado. ¿Quién se hubiera imaginado que en el siglo XXI, el principal debate del mundo occidental, se reduciría a tomar partido sobre los impuestos, los tipos de interés y el régimen cambiario? (M. Nain).

La austeridad la defienden aquellos que desean volver a la estabilidad económica, reduciendo la diferencia entre los ingresos y los gastos del gobierno, a la vez que se hace lo mismo con el endeudamiento del sector público. Detrás de este planteamiento lo que abundan son prejuicios y tópicos. La crisis es una crisis de deuda de la que son responsables los mal administrados y mal gobernados países de la periferia europea, a los que Alemania debe enseñar a vivir. Esta narrativa ha logrado convertir un problema entre naciones lo que es única y exclusivamente una cuestión social.

Desde esta visión conservadora se señala como responsable de la deuda y del déficit a la prodigalidad fiscal de los Gobiernos y a la falta de espíritu de trabajo de los ciudadanos, por lo que hay que aplicar como medicina una austeridad a rajatabla (A. Costas).

Pues bien, las experiencias últimas han rebatido este enfoque. Los recortes en el gasto gubernamental, ni han animado a los consumidores, ni a las empresas a gastar más. Al aplicarse en economías deprimidas no han hecho más que agravar la depresión. Así lo expresaba hace casi ochenta años J.M. Keynes: “El auge económico y no la crisis es el momento adecuado para la austeridad”. Siendo así una austeridad sin crecimiento, con deflación de salarios, aumentará el déficit, la deuda, a la vez que nos lleva a la depresión.

Los hechos son bastante tozudos, hasta el punto de poder demostrar que, la política económica dominante hasta ahora, reforzando exclusivamente la austeridad presupuestaria, ha resultado perjudicial para la estabilidad de la zona euro, ya que lejos de ser expansiva contrae todavía más el crecimiento económico.

Frente a los defensores de la austeridad, el crecimiento como gran objetivo de política económica, lo propugnan aquellos que quieren estimular las economías y crear puestos de trabajo para los desempleados.

Pues bien, tras años apoyando un discurso monocorde, en el que sólo tienen cabida expresiones como disciplina, rigor y austeridad, se ha abierto paso la palabra crecimiento. Para evitar que se sigan ahogando a muchos socios de la UE en el próximo Consejo Europeo se trabajará con la finalidad de aprobar una agenda integrada por: una inyección de recursos en la economía real, a través de mecanismos como el refuerzo del capital del BEI, fondos estructurales y la emisión de bonos para la financiación de proyectos conjuntos.

Ante semejante ejercicio de realismo, diré que sólo cuando resultaba evidente que la política de austeridad acentuaba, en un área tan sensible como la europea, las dificultades actuales fue cuando desde Alemania se dio el brazo a torcer.

Con estas nuevas orientaciones, cabe la posibilidad de que se comiencen a reconsiderar las políticas que se han venido llevando a cabo hasta ahora y que nos han situado en un punto crítico. Europa necesita que se lleven a cabo cambios profundos en la política económica que ha de aplicar de ahora en adelante. Las políticas monetarias y fiscales deberán ser más expansivas, igualmente habrán de aplicarse políticas de estímulo más laxas, para que se genere una mayor demanda, con lo que se facilitará el ajuste y las reformas que han de llevarse a cabo en el sur de Europa.

Salvar el euro requiere una política diferente y un diseño institucional mucho más poderoso que del que venimos disponiendo hasta ahora. La salida es más Europa a través de una progresiva cesión de soberanía. Lograr esta nueva situación no será sencillo, por lo que los interrogantes que existen a la hora de dar ese paso adelante son amplísimos.

Alemania no quiere asumir riesgos si las reglas no están claras y si no hay garantías de que todos las vayan a cumplir. Para ella resulta esencial el control de la política presupuestaria. Francia está comprometida a impulsar la agenda de crecimiento. Para ella la unión política no es una condición necesaria para la solidaridad financiera, por lo que no se muestra partidaria de cambiar el rumbo que con su iniciativa a favor del crecimiento ha establecido.

Desde el convencimiento de que no podemos quedarnos donde estamos formulo dos interrogantes:

– ¿Será capaz la canciller alemana de flexibilizar su intransigente política económica y aceptar nuevos instrumentos de compromiso y solidaridad?

– ¿Tendrá el presidente francés el coraje de dar el paso que le propone Alemania, caminando hacia la unión política, para construir una Europa Federal?

Después de llevar mucho tiempo sin rumbo, sin brújula, creo que ha llegado el momento de que nos planteemos si hay que saltar la verja.