Pero el debate de ideas se ha abierto de manera insospechada con la declaración de candidatura de Sarkozy. Y esa apertura un tanto vertiginosa no la han comentado suficientemente, a mi modo de ver, ni los medios de comunicación ni los políticos, salvo uno: el centrista Bayrou que ha afirmado que se estaba rozando la línea roja. ¿Qué dice Sarkozy? Que va a dar la palabra a los franceses, más allá de las elecciones, con dos proyectos de referéndum, que podrían ser más, si fuese necesario por el bloqueo de las ¨elites ¨y de los organismos político-sindicales. Anuncia que consultara al pueblo sobre los deberes de los parados, especificando que debe ser obligatoria la formación, así como aceptar la primera oferta de trabajo, adecuada a su formación, que se proponga, evidentemente sea cual sea el sueldo y el lugar de trabajo. La segunda propuesta de referéndum es para definir los derechos de los extranjeros: trabajo, papeles, voto y desde luego expulsión facilitada.

Esta declaración tiene dos aspectos fundamentales. El primero ensalzar la desconfianza popular hacia la política y los sindicatos y ofrecer la solución de pasar por encima del Parlamento y de las discusiones con los sindicatos, lanzando cada vez que se estime necesaria una iniciativa de referéndum. Como quien decide el referéndum es el Presidente de la República que, lógicamente desde la reforma de los plazos electorales goza de holgada mayoría parlamentaria, cada consulta, sobre temas bien escogidos, será un plebiscito. Es un cambio total de régimen y de sistema democrático. La segunda es definir la situación como una urgencia en la cual la nación, el eslogan es “una Francia fuerte”, debe hablar directamente con el “capitán” -son palabras suyas- que la defiende y la protege. Además entre sus valores, en lugar destacado, se sitúan autoridad y orden. Volvemos, de otra manera, al nacionalismo populista de Marine Le Pen. Y si los sondeos dan hoy la victoria al socialista Hollande, esos mismos sondeos dan a los defensores del populismo nacionalista una mayoría sumando los votos de Sarkozy y los de Le Pen. Esa aritmética puede no funcionar pero es inquietante.

En efecto, se está desviando el debate sobre la posición de Francia en Europa hacia una doble regresión: por una parte, ensalzar el modelo alemán frente al socialdemócrata, y por otra, volver al nacionalismo puro y duro con sus vertientes regresivas y sus condicionamientos políticos. Si volvemos a contemplar lo que ocurrió en Europa en el primer tercio del último siglo, veremos que mitificados por el nacionalismo, aprovechando la crisis política y el desgaste de los partidos políticos, determinados líderes populistas alcanzaron democraticamente, por elecciones libres, el poder, y en cuanto llegaron a él lanzaron plebiscitos y referéndums que llevaron a Italia y a Alemania donde todos sabemos, transformando “el capitán” en un “Guía”, que se denominaba, según los países, Ducce, Fuhrer o Caudillo. A esto no hemos llegado ni están dispuestos los pueblos europeos.

Pero, como ocurrió entonces, actualmente la crisis financiera ha dado paso a la crisis económica y ésta al descrédito de la política y al populismo y al nacionalismo. En Francia desde luego la campaña electoral levanta ideas, pero no todas son nuevas. Las hemos conocido y hemos sufrido sus consecuencias. ¿No dice el refrán que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra?