Son pocas las personas que resultan imprescindibles, pero las que existen crean escuela, ayudan a conformar valores, son brújulas en medio del desconcierto, y se convierten en pilares fundamentales de la sociedad. En todas las épocas ha habido personas imprescindibles que han construido la Historia; también en nuestra actualidad hemos tenido la inmensa suerte de contar con personas fuera de lo común. Es el caso de Iñaki Gabilondo.
Gabilondo es un referente, que como otros muchos pensadores y luchadores sociales, grita democrática y críticamente desde su tribuna haciendo valer el ideal ilustrado. Iñaki no es sólo un periodista, aunque lo será toda su vida y, más que una profesión, es una vocación y una elección de vida. Cualquiera de nosotros podemos tener alguna cualidad: inteligencia, honestidad o coraje. Pero lo difícil es sumar todas las cualidades necesarias para que el sujeto resulte excepcional.
Gabilondo es la suma de una inteligencia sabia y profunda, cocinada con la formación y la experiencia, con el juicio crítico de la razón autónoma, con el valor para decir siempre lo que piensa aunque sea contracorriente, pero con la sal de la prudencia para no dañar al adversario, con una elegante educación fruto de la seguridad de sus convicciones, con la honestidad y el respeto a sí mismo y a “nosotros”. Y, con dos ingredientes básicos para que el camino no se tuerza en recovecos: sensibilidad y rigor. ¡Rigor! que es un grito desgarrado en una sociedad contaminada por las manipuladas verdades a medias.
Iñaki deja un hueco tremendo, porque no es sólo un periodista: es una forma de hacer. Es la suma de una capacidad personal extraordinaria y la voluntad de ejercerla como servicio público.
Entre el “montón” de políticos que siguen las consignas de su partido repitiendo tópicos y slogans, mensajes enlatados por el jefe de prensa, simplistas y demagogos, carentes de objetividad, buscando sólo el titular llamativo en el mejor de los casos o tan sólo hacer puntos delante del jefe para repetir en el puesto, o, periodistas que tienen muy difícil abrirse un espacio profesional en medio de las imposiciones mercantiles de la empresa y los intereses del negocio por encima de la libertad de expresión, surgen las tertulias televisivas donde la política espectáculo, el falso periodismo y el chabacanería han encontrado un punto común.
Al periodismo acuden tertulianos con más interés de cobrar la prima que de analizar la realidad, opinando de todo y sobre todo, sin criterio, ni rigor, ni formación. No todos los tertulianos son bocazas, pero se contrata a los bocazas para crear espectáculo. ¡Es lo que la gente quiere!, se dice con esas “verdades a medias” tan destructivas. Y se crean fenómenos mediáticos como la princesa del pueblo Belén Esteban. Cuando ocurren tropelías como Silvio Berlusconi, no sólo en Italia, sino en algunos puntos de nuestro país, es que algo está podrido en nuestra cultura social.
Pero ha sido más potente el poder económico y lo que la audiencia “libremente” escoge; por eso, se va Gabilondo y sigue Belén Esteban.
Dice Iñaki en su despedida “que nos busquemos y nos encontraremos”. Quizás hace falta “encontrarnos” para despertar de la anemia colectiva, para saber que no estamos solos en nuestras individualidades, que somos muchos los que sentimos esta angustia vital de final de una etapa, que hace falta recuperar la indignación y la rabia ante las injusticias. Y, con la tristeza profunda de saber que en el botón de mi televisión acaba de apagarse un espacio de reflexión, casi no me queda voz para recitar aquellos versos que dicen “Sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente”.