Nosotros ponemos todos los ingredientes para que esto suceda. Por una parte, la vegetación pirófita, en el caso de la Comunidad Valenciana, pino halepensis y pinaster sin continuidad; en Galicia, miles de hectáreas de pino pinaster y de eucaliptos, especies exóticas en ese territorio, especies que tienen una gran propensión natural a arder, especies que son favorecidas por los incendios. Además, no las cuidamos y la catástrofe sucede cada cierto tiempo, de una forma casi predecible…En una u otra punta de España se están poniendo las condiciones para que los ecosistemas ardan, y no solo las especies, la estructura de los ecosistemas está tendiendo hacia el matorral, la falta de uso crea grandes continuidades de biomasa forestal que tienen un gran riesgo de arder y luego indefectiblemente arden… Y esto tiene importantes consecuencias ecológicas, -riesgo de erosión, pérdida de biodiversidad, emisiones de gases de efecto invernadero-, sociales –muertos, afecciones a la salud, como estamos viendo en Valencia estos días o en importantes ciudades gallegas en el 2006- y económicas –pérdida del patrimonio natural, madera, caza, etc.-

En el tema de los incendios se suele distinguir entre causas inmediatas y estructurales. Las inmediatas son las ya conocidas y nombradas: descuidos, negligencias, los intereses madereros, especulativos de recalificación de suelo, y también las naturales como los rayos. Algunas de éstas se han conjurado o, por lo menos, se ha legislado para que no puedan volver a ser problema (tales como la prohibición de recalificar terrenos incendiados,…) otras siguen y seguirán siendo problema, como la necesaria educación de todos, el obligar al máximo respeto hacia los sistemas forestales, el evitar las negligencias, etc. Bien, las causas inmediatas siguen incrementándose en todo el país, lo cual revela un importante fracaso en las políticas seguidas, tanto de los gobiernos autonómicos como del gobierno central… La legislación aprobada para que no se puedan recalificar terrenos los próximos 30 años (si van unidas a la necesaria creación de una base de datos de superficies quemadas, ¡claro!), o la creación de una fiscalía especializada en los temas urbanísticos y de medio ambiente pueden ser claves para luchar contra este fenómeno de las causas inmediatas, pero esto es solo una parte, y no la más importante, como se ve en las estadísticas de fuegos.

Pero veamos la historia. Esto sucede otro año más. A mediados de los años 90 y después del nefasto año de 1994, donde el fuego recorrió más de 250 mil hectáreas de bosque y 180 mil de superficie no arbolada . Ese año, y solo ese año, ardió el 13% de la Comunidad Valenciana, el 6% de Murcia, el 4% de Cataluña… lanzamos una frase que les sonará, algo así, como los incendios se apagan durante el invierno, es decir, había que invertir en prevención para dejar los ecosistemas forestales preparados para el verano. Y durante algunos años, las administraciones públicas invirtieron en el problema, pero sin fijar población, gastando dinero “desde arriba”, y el problema sigue latente y sin controlar, como se sigue comprobando año tras año.

El verdadero “quid” de la cuestión, siguen siendo las causas estructurales, y en concreto el estado de abandono permanente de los ecosistemas forestales de gran parte del país:

• El abandono rural debido a la disminución de población en zonas rurales, especialmente en zonas montañosas y forestales, con el envejecimiento y cambio de hábitos que se ha producido en los últimos decenios. Por ejemplo, la población rural ha descendido de 4,9 millones de habitantes en 1940 a 1,7 en el 2000, esto determina la falta de tratamientos y trabajos culturales en estos ecosistemas, que implica un fuerte abandono forestal, antes había también pequeños campos, zonas agrícolas intercaladas que originaban discontinuidades, y que ahora han sido abandonadas.

• La recogida de leña ha disminuido desde un factor 100 en 1960 a un factor 14 en el año 2000. La recogida de resina, también ha disminuido de un factor 100 en 1966 aun factor 6 en el año 2000.

• La falta de pastoreo y de ganadería extensiva que controlaba el matorral ha desaparecido de amplias zonas del territorio, no se pastorean grandes superficies (disminución de la cabaña ganadera extensiva, especialmente en zonas de montaña…).

• Las repoblaciones forestales realizadas en los últimos 60 años, muchas veces sin mantenimiento, y que han sido inadecuadas en muchas ocasiones (realizadas con muy pocas especies de pinos -sobre todo pinaster que es el que se está quemando en Galicia y Portugal- y eucaliptos). Se hicieron repoblaciones masivas de más de 2,5 millones de ha de especies pirófitas que posteriormente no se cuidaron y que tienen una gran propensión arder,

• Las zonas protegidas están también sin ningún tipo de control (proteger significa seguir gestionando de forma tradicional, no abandonar a su propia dinámica, hay que realizar las actuaciones adecuadas en todos los ecosistemas para que éstos no sean tan propensos al fuego -esto se está viendo continuamente-.

Este cese de actividades tradicionales y culturales, unido a una política forestal inadecuada, motivan una gran acumulación de biomasa forestal inestable (leña, matorral, pastos sin utilizar…), y, dispuesta en muchas ocasiones de una forma continua, hacen que gran parte de los ecosistemas forestales sean muy inestables y que ante cualquier chispa, o rayo o descuido o negligencia o pirómano que sea, arde y además es casi imposible de parar por la continuidad de los ecosistemas forestales… (esto se está viendo en la Comunidad Valenciana estos días con superficies quemadas de varias docenas de miles de hectáreas, o en Galicia en 2006 y 2010, o en los pinares de Guadalajara en el 2005 con frentes de fuego de varios km y con alturas en ocasiones de docenas de metros). En apenas 60 años se ha abandonado drásticamente un modelo de gestión tradicional forestal y de extracción del combustible que se mantenía desde hace más de 2000 años. El equilibrio hombre-ganado-sistemas forestales se ha roto y el fuego es una exteriorización de ello.

Este tema es muy difícil de solucionar sin reconocer los graves errores del modelo del pasado y la necesidad de una política forestal-rural-agraria integrada que contemple la puesta en valor de los ecosistemas forestales y el desarrollo rural como un eje fundamental y la fijación de la población. Por ejemplo, con solo poner una persona cada 500 hectáreas tendríamos unos 56 mil empleos en todo el año que trabajarían en labores de prevención, detección y extinción todo el año, seguramente esto es más barato que lo que está sucediendo, el actual modelo de priorizar la extinción tiene unos altos costes, tanto humanos, como económicos o de alarma social, contando además las irreparables pérdidas en vidas humanas. Se debe dignificar la vida del pastor, con personal de aquí o de otros países, que lleven ganados que controlen los pastos y los matorrales.

La extinción no puede suplir esta falta de usos tradicionales y de control y cuidado de los ecosistemas forestales (es mejor la palabra y el concepto “cuidado” de los bosques, antes que “limpieza” que parece indicar que algo está “sucio”).

La mayoría de las competencias de la prevención está en las CCAA. La administración central puede condicionar ayudas europeas para gestionar los ecosistemas forestales de una forma más racional.

Por todo ello, es necesario empezar a trabajar para aumentar la prevención en todas las masas forestales, introduciendo especies como los quercus que tiene menos tendencia a arder, incluso en amplias zonas del sistema ibérico que hasta ahora no han tenido problemas de fuegos y que tienen envidiables procesos de integración de la población con los ecosistemas forestales, como Soria, Burgos, Guadalajara (incluido donde se quemó y donde no se quemó), Cuenca o Teruel. En estas zonas se siguen quitando las masas de quercíneas de una manera sistemática para favorecer masas continuas y monoespecíficas de pinos y eucaliptos!!!. De esta forma zonas que hasta ahora no han presentado riesgo de arder están incrementando este riesgo poco a poco. Se deben realizar planes de fomento del uso de la biomasa forestal residual, siempre bajo estricto asesoramiento científico. Además se debe dejar del orden de un 15% de superficie forestal con mayor grado de madurez.

La aplicación de estas variables, junto con otras como la consideración de la biodiversidad en la gestión forestal, nos llevarán a un desarrollo forestal sostenible que implicará un mantenimiento en el tiempo de estos ecosistemas claves y estratégicos para el futuro del país.

Además, se deben controlar todas las masas forestales, con un aumento de la detección y de la vigilancia; se deben realizar protocolos de actuación en todos los masas forestales, que definan de una forma previa cuál es la masa forestal más importante para proteger: si es más importante apagar una zona protegida, un parque nacional, un encinar, un alcornocal o un eucaliptal que se puede recuperar en tan solo 15 años; una zona situada en la cuenca alta de un río con fuerte riesgo de erosión, que un bosque situado en un llano… No se puede dejar que sea el funcionario de guardia o la improvisación los que decidan donde es necesario enviar los aviones, o que zona es mejor apagar antes… Y, si hay un incendio, será necesario restaurar con especies autóctonas, de crecimiento más lento pero que forman suelo, que infiltran de una forma más importante el agua, favorecen la biodiversidad y presentan una menor frecuencia, riesgo y probabilidad de incendio

Por último, y para matizar todas estas afirmaciones, existe una gran diversidad de situaciones. Lo que vale para el litoral mediterráneo, sometido a presiones urbanísticas, no tiene nada que ver con los robledales del norte de León, o con el minifundismo de cultivos forestales de Galicia, o con la montaña asturiana… La solución válida para una sierra o para una ladera no tiene por qué ser válida para la colindante. Hay que buscar una conciliación de intereses, hay que inspirarse en principios y soluciones de gestión tradicional. Hay que fomentar la ganadería como forma de controlar el matorral. España tiene una gran diversidad biológica, forestal, cultural y esta diversidad se debe observar en las soluciones aplicadas a los ecosistemas forestales y, por supuesto, a sus condiciones económicas y sociales.

En cualquier caso, el llevar los fuegos a parámetros razonables implica la realización de una gestión forestal sostenible que integre el riesgo de incendio, tanto en su concepción como en su gestión y evaluación de las políticas públicas aplicadas.

Se trata de promocionar los valores ecológicos, económicos y sociales de los ecosistemas forestales. Es imprescindible que los beneficios que generan los bosques recaigan sobre los habitantes de los mismos. ¿Por qué hay tan pocos incendios en Soria, Guadalajara, Teruel…?. Hay que poner en valor los ecosistemas forestales. Hay que volver a llegar a un acuerdo entre el hombre y los bosques. Seguramente es mucho más inteligente emplear recursos económicos cuidando los bosques que en extinguir incendios, esta es además una forma eficaz de generar empleo estable en el medio rural –que falta hace- y contribuye a fijar la población y a que los beneficios forestales recaigan sobre sus poblaciones. Esto sería muy beneficioso para nuestros ecosistemas forestales.

Los sistemas forestales son un auténtico sector estratégico y por ello requieren un mayor control público, los beneficios afectan a todas las comunidades autónomas, los bosques de las autonomías que están situadas aguas arriba tamponan el ciclo hidrológico, favorecen la infiltración y permiten caudales más estables en las comunidades aguas abajo. Es necesaria una mayor planificación estatal sobre este recurso. Se debe favorecer la implantación de vegetación autóctona y quitar ya la exótica con alto riesgo de incendio y que luego además no genera beneficios. Se trata de aumentar la protección y la conservación, subordinando aspectos meramente productivos que hasta ahora eran el criterio fundamental.

Por si todo esto no fuera suficientemente importante, hay que añadir otras variables, que diríamos de escenario, y que van a enmarcar los ecosistemas forestales los próximos años. Está ya confirmado que el clima está cambiando y se van a incrementar las temperaturas y se producirán episodios irregulares de precipitaciones y mayores sequías. Este escenario puede provocar mayor frecuencia e intensidades en los incendios forestales. Es necesario empezar a actuar ya.

Existe un fuerte “costo de no actuar”: ecológico –erosión, pérdida de biodiversidad, destrucción de la cubierta vegetal…-, social -pérdida vidas humanas, desarraigo de población, pérdida usos recreativos…- y económico –pérdidas de materias primas, valoración de las otras pérdidas, gastos en extinción que se volatilizan año tras año sin dejar ningún valor añadido…-. Por oposición a este coste estaría un desarrollo rural sostenible que implica un aprovechamiento de los recursos forestales y rurales de una forma mantenida en el tiempo, con actuaciones tales como pastoreo, recogida de leña, recogida de biomasa con aprovechamiento energético y con medidas sociales para que los beneficios recaigan en las poblaciones rurales, etc…

Finalmente, solo recordar que un bosque tarda en formarse entre docenas y cientos de años y que su destrucción por incendios se produce en tan solo unos minutos…