No creo que los recientes acontecimientos en Túnez tengan algo que ver con este fenómeno pero desde luego la juventud de este país se ha indignado y acabado con un régimen supuestamente muy bien asentado e internacionalmente reconocido. Ahora se abre en los medios de comunicación europeos el debate sobre los posibles contagios con otros países árabes que en el caso de Egipto ya se ha dado pero existen otros potenciales candidatos como Argelia, Yemen, Mauritania, etc.

Pero nadie se plantea en este momento si esta chispa podría saltar también al continente europeo. La situación obviamente no es la misma pero – para volver a Hessel – los jóvenes de nuestras sociedades tienen razones más que suficientes para indignarse. Estamos viviendo a costa de las próximas generaciones, explotándoles, cargándoles con hipotecas, deudas, consecuencias desastrosas de un estilo de vida absolutamente irresponsable y dejándoles un planeta exhausto y agotado. O, para decirlo con las palabras de la conocida actriz Mercedes Sampietro en una entrevista en EL PAÍS (15 de enero): “Nuestros hijos heredarán una Tierra de mierda”.

¿Es moralmente aceptable transmitir a las generaciones futuras los residuos nucleares o un medio ambiente degradado o una deuda pública considerable o un sistema de pensiones insostenible?, se pregunta Daniel Innerarity en su artículo “La coalición de los vivos” en EL PAÍS (28-6-2008) en la que denuncia una especie de colonialismo temporal, de consumo irresponsable del tiempo o expropiación del futuro de otros y una verdadera dominación de la generación actual sobre las futuras.

Pero sorprendentemente la situación de la juventud y sus problemas a penas inquietan a los políticos. Ellos no votan. La gran clientela electoralista es la gente mayor, son más y además proporcionalmente en mayor medida por lo que no nos debe extrañar que lo que encontramos en la agenda de los partidos son, en consecuencia, en primer lugar los problemas de jubilados.

“No tenemos nada que perder”, titulaba EL PAÍS. Un artículo sobre la rebelión de los estudiantes griegos (14 de diciembre de 2009) y cita un reputado intelectual griego que constata desde hace años un divorcio absoluto entre la juventud y el sistema.

Y la situación en España no es muy diferente. Tenemos una cuota de más de 43% de paro entre los jóvenes y los que trabajan en su mayoría lo hacen en condiciones precarias y mal pagadas y sin ninguna esperanza de obtener los beneficios de un sistema de protección social que les obligamos a financiar, dado que sólo una minoría de ellos cumplirá las condiciones que en estos momentos diseñamos para poder cobrar una jubilación digna en el futuro.

Carlos Taibo (DIARIO VASCO, 25 de julio de 2008) denuncia la absoluta incapacidad del sistema político de cambiar de paradigma hacia una sociedad más sostenible, igualitaria, solidaria con los países en desarrollo, etc. aferrándose al crecimiento económico basado en la construcción de infraestructuras faraónicas y ayudas públicas para la adquisición de nuevos coches, bajo la lema “¡A consumir!”, para reclamar finalmente la necesidad imperiosa de una rebelión ciudadana que denuncie con desparpajo el sinfín de prácticas impresentables que nos acosan, y un drástico cambio de rumbo.

Pero esta rebelión sólo puede llegar a través de los jóvenes ya que no tienen nada que perder pero se tendrán que enfrentar a todas las consecuencias de esta locura. Por el momento no existe una fuerza política que capitalice este descontento y dado que los partidos convencionales son absolutamente inadecuados para esta labor, habrá que recomendarles crear una nueva fuerza política para canalizarlo. Porque – y para volver a Stephane Hessel – indignación y rebelión sí pero sin violencia. ¡Indignémonos!

Posdata: En estos días revueltos un artículo se puede quedar desfasado en horas. La duda del posible contagio ya está resuelta. La indignación se extiende como una mancha de aceite por los países árabes y parece que ha llegado incluso al primer país subsahariano: Gabón. Pero lo más sorprendente es que ya llegó a Europa, incluso antes que a Túnez y no, como cabía de esperar, empezando por un país del Sur (Grecia, Italia, España), sino por el extremo Norte, Islandia – y no hemos sido informados. En resumen esta “revolución silenciada”, -dado que estos hechos no se han mencionado en los medios de comunicación europeos, ni en las tertulias radiofónicas, ni se han visto imágenes en la televisión- consiste en lo siguiente: dimisión en bloque de todo un gobierno, nacionalización de la Banca, referéndum para que el pueblo decida sobre las decisiones económicas más trascendentales, encarcelación de responsables de la crisis, reescritura de la constitución por un grupo de 25 ciudadanos (militantes de partidos políticos no están admitidos) y un proyecto de blindaje de la libertad de información y de expresión. Verdaderamente sorprendente, ¿no?