Las regresiones que se han producido desde entonces han tendido a quebrar seriamente las bases de la equidad fiscal. En el nuevo orden económico globalizado la evasión de impuestos se ha convertido en una moneda de uso común. Los “paraísos fiscales”, como mecanismo instituido para eludir las obligaciones fiscales por parte de las grandes fortunas, y las diversas prácticas de gestión de patrimonios a través de sociedades ideadas para reducir las contribuciones fiscales, posiblemente pueden ser calificados propiamente como un “paraíso” –y una vicoca– para los más ricos, pero en realidad son un “infierno” para los sectores de población con menos recursos, cuyo esfuerzo fiscal, comparativamente, tiende a hacerse mayor. Lo cual, no sólo supone una flagrante injusticia, sino que, sobre todo, tiende a quebrar la noción de una sociedad equilibrada, y moralmente sólida, en la que los esfuerzos contributivos se reparten de manera equitativa.
Al tiempo que el “paraíso” de unos se convierte en “infierno” para otros, lógicamente, los desequilibrios resultantes se acaban traduciendo también en un “purgatorio” de restricciones y déficits sociales que afectan en mayor grado a los sectores más débiles de la sociedad. Esto es lo que ocurre cuando se practican rebajas fiscales que acaban erosionando la fortaleza de las políticas sociales.
De ahí que las ideas de “paraíso”, “infierno” y “purgatorio” –en políticas fiscales, en regresiones cívico-morales y en políticas sociales– tiendan a conformar un nuevo tipo de estratificación social, que se sitúa en las antípodas de cualquier proyecto de carácter socialdemócrata, sea de viejo o de nuevo cuño. Y de ahí, por tanto, la perplejidad que se produce en la opinión pública cuando líderes y partidos de tradición socialdemócrata se embarcan en la nociva dinámica de las subastas fiscales a la baja que tanto proliferan en períodos pre-electorales. ¿A quién benefician realmente determinadas propuestas de rebajas fiscales? Desde luego, no a los que suelen votar –o pueden hacerlo– por partidos socialdemócratas. ¿A quiénes puede perjudicar la nueva dinámica de la ley del embudo que se establece por esta vía? Desde luego, a los que más confían en –y necesitan– las políticas sociales equilibradoras propias de partidos socialdemócratas. ¿Por qué meterse en tales líos y contradicciones que tan nocivos efectos desmoralizadores y desmovilizadores puede tener?