Se puede decir de muchas maneras. Pero la realidad es que la globalización financiera ha roto los equilibrios de poder que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial. Y la primera consecuencia es que hay vencedores y vencidos, ganadores y perdedores, dentro de una economía global donde no existe ni una democracia global, que sirva de contrapeso, ni mecanismos internacionales de protección social, donde los que salen beneficiados, los millonarios especuladores, compensen su acumulación de riqueza para reducir la desigualdad a través de una fiscalidad global.
En su lugar, afloran los paraísos fiscales, la ingeniería financiera y la opacidad, con tal de acumular más y más recursos. Es cierto que el sistema económico neoliberal, aunque más ineficiente que la etapa Bretton Woods, ha generado crecimiento económico. Pero también, que esta etapa de capitalismo financiero no ha considerado entre sus objetivos principales la equidad.
La acumulación de cantidades ingentes de dinero ha generado grandes fortunas, pero, a la vez, ha incrementado las desigualdades y está produciendo un malestar latente y creciente en la sociedad, al no cubrirse las necesidades humanas básicas. Frente a los 1.226 mil millonarios que hay en el mundo en el año 2012, el número de personas que sufren hambre crónica se acerca a los mil millones, una sexta parte de la población mundial, según datos del Banco Mundial. Y alrededor de 1.750 millones de personas viven en situación de pobreza multidimensional.
Las consecuencias de esta situación para el funcionamiento práctico y futuro de la democracia, son muchas y muy importantes. Si no combatimos la desigualdad, la desigualdad acabará con la democracia. Lo podrán llamar democracia pero no será. Por eso, hay que reaccionar.
Parte de la ciudadanía comienza a ser consciente de la necesidad de convertirse en protagonista activo de la política con el fin de presionar a los gobiernos y que éstos tengan la voluntad política, el liderazgo y el compromiso suficiente para trasformar esta realidad injusta, en otra en que la igualdad y el bienestar de las personas esté en el centro de la agenda política de los gobiernos.
El protagonismo debe centrarse en los propios ciudadanos, con sus gobiernos a la cabeza. De ahí, la importancia de participar y votar a los candidatos que se comprometan, porque los Estados pueden hacer mucho para mejorar las condiciones de vida de las personas en un mundo globalizado.
Por este motivo, es tan importante reconocer la necesidad de adoptar medidas públicas para regular la economía, proteger a los grupos vulnerables y producir bienes públicos, tanto tradicionales (salud, educación, infraestructuras) como nuevos (superar la amenaza planteada por el cambio climático), como dice Naciones Unidas. Pero acto seguido, es imprescindible poner en funcionamiento las acciones concretas en el ámbito nacional e internacional. El resultado será ampliar las libertades reales de las personas para que puedan progresar, mejorar la equidad y respetar los derechos humanos.