Cuando el impacto de Chernóbil había quedado casi en los archivos de la historia, este nuevo accidente echa por tierra buena parte de las explicaciones que se habían utilizado entonces. En aquel caso –se nos decía– se trataba de unas instalaciones viejas y descuidadas, que no estaban siendo gestionadas con mucho esmero, precisamente, por los rusos, que “ya se sabe como son” –se añadía a veces con un guiño de complicidad prejuiciada.
Pero en este caso estamos ante una potencia tecnológica de primerísimo orden y ante un pueblo que se caracteriza por una obsesiva preocupación por el control y la seguridad. ¿Qué explicación cabe ahora?
Algunos especialistas arguyen que un accidente puede darse prácticamente en cualquier circunstancia y ocasión. Igual en un tren, que en un vehículo privado, que en una central nuclear. Pero, obviamente, las consecuencias no son las mismas. Por eso, tal tipo de argumentos, al igual que determinadas prácticas orientadas a ocultar información, o a filtrarla, están contribuyendo más bien a aumentar la preocupación y la desconfianza en la opinión pública.
Precisamente los niveles de seguridad que se exigen –que se deben exigir– en las instalaciones nucleares no se orientan solamente a cubrir las posibles incidencias de la vida cotidiana, sino circunstancias extraordinarias como las que ha sufrido Japón en estos días. Circunstancias que, como vemos, pueden agravarse debido al manejo institucionalizado de conceptos insuficientes y erróneos de seguridad. A los hechos debemos atenernos.
En el accidente de Chernóbil se argumentó que la ausencia de un edificio adecuado de contención fue lo que hizo posible la fuga radioactiva, pero que eso nunca podría ocurrir en instalaciones debidamente protegidas con buenas estructuras de acero y cemento. Sin embargo, en Japón sí ha ocurrido. Lo cual está suscitando más desconfianza. La impresión de mucha gente es que no se nos dice toda la verdad y que buena parte de los expertos que intentan tranquilizarnos con voz campanuda y con derroches de suficiencia no saben realmente lo que se traen entre manos, ni cómo manejarlo con seguridad, y que aun no se conoce lo que sucedió en Chernóbil, ni que está pasando y puede terminar pasando debajo de la espesa capa de cemento con la que las autoridades rusas sepultaron el núcleo en fusión de la central de Chernóbil. ¿Será verdad, como decían nuestras abuelas, que los hombres somos los únicos animales que somos capaces de tropezar dos (y tres y cuatro) veces en la misma piedra?