“Yo soy el amor” es la última película de Luca Guadagnino, realizador siciliano, claramente influenciado por el cine del gran Visconti. Sobre todo, por su estética y su permanente búsqueda de la belleza en cada detalle. Sin olvidar, su inclinación a mostrar el lujo y el egocentrismo de la inmensa mayoría de los ricos.
Es una dura radiografía de la familia burguesa en la que apenas hay amor y comunicación. Aderezada de una crítica a la educación moral de los sentimientos que hemos recibido y que nos impide alcanzar la felicidad. Ambientada en Milán porque allí es donde nace, vive y se reproduce el capital. Es el lugar, donde existen las dinastías burguesas emprendedoras como la familia Recchi protagonista de la historia.
El relato se inicia mientras nieva sobre Milán, y esta familia de clase alta se prepara para la cena de cumpleaños del abuelo, patriarca y creador de una floreciente fábrica textil que ahora quiere nombrar sucesor. Elegancia, protocolo y clase para una vida que pronto se revelará hueca, con almas de acero tan frías como el ambiente que se respira o como esas esculturas de piedra que adornan la casa familiar. Todos buscan la felicidad pero esconden misterios y deseos reprimidos. También nos habla de un amor encontrado, descubierto pero que no se verbaliza. Donde los diálogos son escasos, se sustituyen por un lenguaje de silencios y gestos, pequeños detalles dentro del hermetismo común de casi todos los personajes.
Es una película sublime, exquisita en muchos momentos y de gran emotividad. En la que de nuevo, la banda sonora junto a la fotografía engrandece el resultado final.