Dicha percepción se frustró hace ya varios años, en concreto tras la elección de José Luis Rodríguez Zapatero para la Secretaría General del PSOE y, más tarde, para la Presidencia del Gobierno. Por aquel entonces yo llevaba tres lustros afiliado al partido y había participado varios años en su Comité Federal. Sin embargo, supe de la existencia de Zapatero pocos meses antes de que alcanzara la primera de sus altas cotas de representación. Aquella elección me pareció un ejercicio de riesgo, lo que simbólicamente llamo juego de azar; pero dado el contexto en el que se produjo podía tener la ventaja de una necesaria catarsis interna y una renovación de dirigentes bastante quemados. En todo caso, no cabía más que esperar a ver cómo evolucionaban los acontecimientos y confiar en que salieran bien. Sin entrar ahora en el balance de su gestión no se puede obviar que en la actual crisis que sufre el partido tiene mucho que ver lo que hizo Zapatero no sólo como Presidente del Gobierno sino como Secretario General. Entre sus decisiones más conocidas suelo citar la frivolidad con que actuó a la hora de los nombramientos, tanto en el Gobierno como en el equipo del que se rodeó dentro del partido. Dicho esto, sería injusto endosarle toda la responsabilidad. Porque no puede menospreciarse la ligereza con que se comportan de vez en cuando los grupos, familias y clanes que se desenvuelven en el seno de las organizaciones. Por ejemplo, en el caso al que estoy refiriéndome, en cómo actuaron en el Congreso del PSOE donde fue elegido. Allí había cuatro candidaturas y se sabía con bastante aproximación los votos teóricos que podrían obtener cada una de ellas de entre el millar de delegados existentes. A la de Matilde Fernández se le atribuían algo más de doscientos, pues no en vano el sector que promovió su candidatura estuvo varios meses articulándose. Pero ante la perspectiva de que, finalmente, el elegido fuera José Bono la mitad votó a Zapatero. No es un juicio de valor pero sí sintomático de la volatilidad de las identificaciones intrapartidarias.
Todo este recordatorio viene a cuento de lo que observo en el actual proceso de primarias para proponer al nuevo Secretario General. A poco que se sepa de las trayectorias de los candidatos, el que resulta más definido ideológica y políticamente es Pérez Tapias. A Eduardo Madina y Pedro Sánchez les pasa algo parecido a lo que ocurría con Zapatero, aunque Madina tenga mayor recorrido y sea el más conocido de los dos. Pero ambos, al menos para mí, resultan una incógnita para el cargo al que aspiran. Sin la menor intención de menoscabar la imagen de nadie, tengo la sensación de estar otra vez asistiendo a un juego de azar de resultado imprevisible. Porque estamos hablando, nada menos, que del líder del partido al que le ha correspondido y le corresponde la responsabilidad de ser alternativa de Gobierno. De ahí que quepa interrogarse sobre cómo pilotará el que salga elegido las mil y una iniciativas que habrán de adoptarse para que la ciudadanía vea al PSOE como esa alternativa solvente que necesita el país; preguntarse, por ejemplo, cuál podrá ser el resultado de debates como el del Estado de la nación; o con qué bagaje habrá de adentrarse en el proceloso campo de las alianzas para ser el partido-eje que desbanque del poder a la derecha….En fin, tengo de todo menos certidumbres. Además de todo esto compruebo de nuevo que el comportamiento de los grupos, familias y clanes internos, que pululan en torno a los aparatos central y territoriales, parecen actuar no tanto valorando a quién consideran más idóneo para los retos que hay que afrontar sino calculando quien interesa más para las aspiraciones de dichos aparatos. También dan la impresión de que su opción a la hora de rechazar o respaldar a uno u otro se hace en función del conocimiento que tienen de los que les han alentado a presentarse; o cuál es el mal menor para preservarse frente a avatares de futuro. Incluso hay indicios de que en algún caso ha prevalecido la intención de castigar a quien en su momento se consideró un obstáculo para lo que se pretendía.
La parte buena de todo esto es que irrumpen caras distintas de las que hasta ahora más se conocían y cuya gestión no ha resultado precisamente brillante. De ellos habrá que esperar que no se conviertan en un lastre para la nueva dirección que se elija. Sea como fuere, queda poco para conocer el desenlace de este proceso. Y confiar que nos acompañe la buena suerte.