Pero, mencionado esto, no cabe duda de que nos encontramos ante un economista brillante, ingenioso, riguroso y convincente en sus análisis. Desde temprana edad como economista ha destacado en los medios académicos por sus penetrantes trabajos acerca del comercio internacional, lo que le valió el premio John Bates Clark, concedido al mejor economista joven de Estados Unidos. Ha publicado artículos especializados en revistas económicas de prestigio y un manual de economía internacional, escrito conjuntamente con Obstfeld, que se imparte en la mayoría de las universidades del mundo.
De manera que Krugman es conocido en los medios intelectuales de los economistas desde hace tiempo, aproximadamente desde finales de los años setenta, así como por muchos estudiantes de casi todos los países que se han formado estudiando su manual desde los años noventa. Pero su fama trasciende más allá del mundo de la economía desde la publicación de su libro “La era de las expectativas limitadas” (Ariel, 1991), en el que se pone de manifiesto su gran capacidad pedagógica, pues es capaz de difundir la economía manteniendo el rigor intelectual. A esta obra le siguió “Vendiendo prosperidad” (Ariel, 1994), que contiene un agudo análisis acerca del auge de la economía conservadora y una crítica profunda a estos planteamientos.
Otros libros que ha publicado son recopilaciones de artículos aparecidos en diferentes publicaciones tales como “El internacionalismo moderno” (Crítica, 1997), “El Teórico accidental” (Crítica, 1999) y “El retorno de la economía de la depresión” (Crítica, 2000). Tengo que señalar que, a pesar de las discrepancias, resulta una delicia leer estos artículos recopilados en estas obras. Estoy repasando algunos de ellos y tengo que reconocer que disfruto con su lectura. En este repaso se pueden encontrar avisos acerca de los riesgos a los que se encuentra sometida la economía internacional con las tendencias que se están desarrollando desde finales de los ochenta. Esto, sobre todo, lo hace cuando se refiere a la crisis asiática que estalló a finales de los noventa. En algunos casos son premoniciones de lo que está sucediendo en la actualidad. Resultan también muy ilustrativas, entre otras cosas, las consideraciones que hace acerca de la competitividad.
Me reconforta volver a leer sobre esto último, pues estoy muy de acuerdo con lo que señala. Además, este tema adquiere una gran importancia en los momentos actuales de la universidad pues, no sé si por influencia suya, de otros autores, o por mis propias reflexiones, me encuentro en una cruzada en solitario por tratar de eliminar el término competitividad en los muchos documentos que se elaboran en la Conferencia de Rectores y en el Consejo de Universidades. Primero por lo ambiguo del término en sí, pero también porque no creo que el objetivo de la investigación universitaria sea lograr empresas más competitivas. La investigación universitaria debe perseguir el conocimiento en todas sus dimensiones científicas, sociales e históricas. El avance de la investigación, además de proporcionar un mejor conocimiento sobre el pasado, el presente, el planeta, los seres vivos y tantas otras materias, debe perseguir la consecución del progreso, entendido no sólo en términos de crecimiento económico, sino sociales de equidad, de igualdad en derechos y oportunidades, basándose en un desarrollo sostenible. No hay que desdeñar que los resultados de la investigación se trasladen al sistema productivo, como de hecho se hace en tantos países avanzados, pero en ese caso resulta más apropiado hablar de productividad y no de competitividad. Lo fundamental es avanzar en la productividad y en la mejora material, pero también en otros factores sociales y políticos.
Tras esta digresión, que me parece útil pues la terminología económica imprecisa se introduce por todas partes, como se puede ver también en el mundo académico, quisiera citar por último otro libro, también de recopilación pero más académico, como es “Desarrollo, Geografía y Teoría económica” (Antoni Bosch, 1997). Un libro interesante pero que tiene algunos puntos débiles notables en lo que concierne al desarrollo y a la geografía económica, temas en los que se observa que el autor es un advenedizo a estos campos. Del último libro “Después de Bush” ya he hablado en estas páginas. Así que, en definitiva, es un Nobel acertado para un economista serio y crítico con las políticas conservadoras y sobre todo con la de Bush.