Por eso mi sorpresa fue que compartiera un pensamiento que en campaña electoral puede resultar incómodo por inapropiado, pero no me sorprende –por mucho que me indigne —su manera de pensar. La misma que justifica la presencia minoritaria de mujeres en los Consejos de Administración de las grandes empresas o explica quede las 41 candidaturas que se han presentado a la Junta Electoral Central para las elecciones europeas del próximo día 25 de mayo, sólo 7 son mujeres, siendo el PSOE el único de los principales partidos que ha puesto a una mujer como cabeza de lista. Cañete asegura ahora, que su forma de expresarse fue “desafortunada”, sin embargo no son las formas sino el contenido lo desafortunado y el pensamiento machista que subyace de sus palabras y que impregna muchas de las mecánicas que conforman nuestra sociedad (donde las medidas de conciliación familiar son una falacia, las escuelas infantiles para niños menores de 3 años tienen unos precios muy elevados, el fracaso de la ley de dependencia somete a las mujeres a ejercer el rol de cuidadoras en la mayoría de los casos en los que algún familiar no puede valerse por sí mismo, o las mujeres ganan menos simplemente por no ser hombres.) Las mujeres hoy por hoy somos, por lo general, víctimas de discriminación. Una discriminación que, llevada al límite, nos somete a situaciones de violencia de diversa índole e intensidad, que proviene de diversos ámbitos y cuya manifestación más terrible y conocida por todos, es la muerte en contextos de violencia de pareja. Pero,no solo es grave esta violencia que se da en el ámbito privado, sino que en ella se concentra el sumatorio de experiencias de violencia que padecemos las mujeres también en el ámbito público. Existe, por ejemplo, una violencia que llega desde la política y que se pone encima de la mesa cuando un ministro del PP llamado Alberto Ruíz Gallardón saca un proyecto de reforma de la ley del aborto que vulnera los derechos más básicos de las mujeres y nuestra capacidad de elección, pero también cuando un partido proyecta la imagen de la mujer como un ser indefenso, ignorante, o ajeno a la realidad, contribuyendo a la perpetuación de estereotipos que infantilizan al género femenino y contra los que llevamos años luchando. Pasó por ejemplo, cuando Ana Mato defendía su inocencia en la trama Gürtel, asegurando que “desconocía” de donde procedían los kilos de confeti, los viajes a Eurodisney o los regalos carísimos que a golpe de corrupción adornaba las fiestas infantiles de su casa y el portavoz de su partido se esmeraba en dar una imagen de ella desde el discurso de la pobre mujer engañada. Todo forma parte de un pensamiento uniforme en el que parece que las mujeres vivimos eclipsadas por los hombres, que al final, parece que son quienes nos ceden generosamenteespacios públicos donde poder creernos realizadas, no por valor propio, sino por simpatía del contrario.

Me ha sorprendido el desliz de Cañete al expresar esto, tanto como su reacción y la de su partido al ver que sus respectivos objetivos se escapan por la dichosa metedura de pata. El ex ministro, consciente de que tambalea su sueño de ser Comisario europeo, su verdadera aspiración desde el principio (en Europa esto de poner voz al machismo está muy mal visto) corre a rectificar con cinco días de demora. El PP, consciente del posible castigo en las urnas a tenor de las palabras de su candidato, corre a proclamar una felicidad que según ellos se respira en las calles y a congratularse por la alegría de los españoles gracias a su manera de gobernar. Solo desde la desesperación se entiende esta estrategia. Es bien sabido, que el PP necesita revalidar de cara a la opinión pública una victoria electoral que le legitime, aunque no tenga nada que ver con España, a continuar con sus políticas de austeridad ahora que Europa vuelva a pedir recortes. Solo por ello se entiende esta disparatada venta de una imagen de derroche de optimismo interiorizado en los ciudadanos, aquellos que sufren las medidas para salir de una crisis que está llenando de dramas personales las vidas de muchos españoles. O eso, o es que se creen que somos idiotas y que no vemos lo que hay a nuestro alrededor. Prefiero pensar en lo primero.

A mí, sinceramente, este exceso de júbilo me genera cierto estupor y un escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar a Cañete, entre disculpa y disculpa, ese mensaje excesivo, absurdo y sobre todo imprudente, en el que nos dice que somos “la Alemania del Sur”. Y es que, si tiramos de hemeroteca este discurso ya esta manido. En su momento lo explotó hasta la saciedad el ex presidente Aznar. El problema es que ahora estamos peor que entonces y el riesgo de lo que perdemos si la mentira cala, puede tener consecuencias fatales si las comparamos con las de entonces, y miren ustedes a su alrededor para ver cuáles fueron aquellas. Detrás de la herencia de Zapatero y la crisis admitida tarde, se esconden razones para la situación en la que nos encontramos, que al PP parece que no le interesa recordar. Corría el año 2002 y el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, asistía a la reunión que el G8 celebraba en Canadá durante los últimos días del mes de junio. Aunque lo hacía como presidente de turno de la Unión Europea, el entonces líder del PP veía cumplida una de sus máximas aspiraciones: sentarse en la mesa donde lo hacían los presidentes de las grandes potencias mundiales. Aznar quería situar a España entre los países más poderosos económicamente y, para conseguir su propósito, no le importó poner al país a disposición de Estados Unidos cuando llegó la guerra de Irak, para obtener el beneplácito de Bush yganar puntos para entrar en el club de los grandes a costa de determinados“intereses políticos”. Ya saben la historia: el resultado no le sirvió de mucho y España nunca entró en el selecto “club” que ahora, años más tarde, el señor Aznar desacredita (pero eso es otro tema, que los vaivenes en los afectos y odios del ex líder popular dan para varios artículos).

Sin embargo, los anhelos del señor Aznar se habían antepuesto a las necesidades reales de un país como España,y el entonces presidente, ajeno a la necesidad de solidificar un desarrollo real que cambiase un sistema productivo que dependía demasiado del sector terciario y poco de la innovación y el desarrollo tecnológico, presumía de crecimiento económico gracias a la reforma de la ley del suelo que había llevado a cabo unos años antes, en el 98, y por la que se había privatizado ese mercado, convirtiendo en urbanizables, terrenos que hasta el momento no lo eran. Los empresarios vieron negocio y el ladrillo comenzó a hinchar su burbuja. Estos beneficios y una reforma laboral que llegó en el 2002, y que flexibilizó la contratación a costa de reducir los derechos de los trabajadores, disparó la demanda de empleo y atrajo a muchos jóvenes que dejaron sus estudios deslumbrados por unos salarios atractivos que, junto a la facilidad de los bancos a la hora de conceder créditos, contribuyó a un endeudamiento sin precedentes que no se sostuvo en ningún pilar sólido, que no se utilizó para invertir en I+D, para cambiar el sistema productivo, para fomentar la consolidación del crecimiento experimentado, sino que contribuyó a que, con unos sueldos muy por debajo de los de la media europea, con una producción dependiente de un sector inflado por su propio crecimiento, nos vendieran progreso y “felicidad”, nos vendieran un milagro económico, nos vendieran que estábamos a la cabeza del crecimiento en Europa, cuando en realidad crecíamos no como consecuencia de una creación de valor, sino que la riqueza era fruto de un crecimiento basado en la deuda. Lo que sigue es conocido, el estallido de la deuda crediticia en Estados Unidos, acabó con el sueño de un país al que habían hecho creer que era lo que no era. Las nefastas consecuencias también nos son familiares: recortes, sueldos bajos, pérdidas de derechos, paro, desahucios y una sociedad polarizada donde algunos se han enriquecido y muchos no llegan a fin de mes.

Sin embargo, el PP ignora todo esto y nos vende la alegría de las calles, como ya hizo en su momento. Nos lo dicen a ver si repitiendo lo mismo, cala otra vez el mensaje y nos creemos que somos increíbles y también el motor de Europa junto a Alemania. Da igual que nuestros salarios sean muy inferiores, nuestras tasas de paro muy superiores y el crecimiento del PIB sea de algo menos de la mitad que el del país vecino. Si la forma de hacer política en Europa es fingir lo que no somos, mal vamos. La solución ha de pasar por garantizar la recuperación real de un país que necesita crear empleo, que necesita dar confianza a sus ciudadanos, que necesita ocupar un lugar digno en Europa. Los ciudadanos españoles conformamos una sociedad adulta, inteligente y lo suficientemente madura como para no creer discursos en los que nos venden una realidad inexistente y nos dicen que somos lo que no somos. Hemos vivido engañados durante muchos años y estamos pagando las consecuencias. Tal vez quieran intentar volver a mentirnos, pero ya es tarde.

Los hombres y las mujeres, en igualdad de condiciones, tenemos capacidad crítica para saber qué lugar hemos de ocupar como país y defender nuestra posición, reclamando soluciones reales y resultados no ficticios. La alegría de los españoles depende de que el gobierno garantice nuestros derechos sociales, nuestras libertades y unas condiciones laborales que no vengan marcada por la precariedady la expulsión del talento de nuestros jóvenes y donde, si Europa impone recortes, sepamos hacerles frente defendiendo a los de abajo y reclamando el fin de los privilegios de aquellos que con su felicidad debajo del brazo, se escudan en los beneficios del mercado para permitir desequilibrios que roban la alegría al resto del país.