Se está sufriendo una regresión en la forma de enfocar la disciplina de la Historia, y en otras ciencias sociales, sobre los avances metodológicos que se produjeron en la década de los sesenta, setenta, e incluso ochenta en nuestro país. No es que haya desaparecido en ningún momento la visión tradicional de la historia basada en narrar batallas, sucesiones en el trono o las guerras por la sucesión, pero en momentos determinados esta se encontraba en repliegue y bastante desacreditada frente a otros enfoques con mayor capacidad explicativa.
La historia que estudié en el bachillerato fue, como la de tantas generaciones de posguerra, un relato con enumeración de hechos, sucesiones de reyes, luchas de ambiciones por ocupar el poder, guerras, sin que en ningún caso se explicaran las causas de tantas cosas que teníamos que memorizar, y menos aún se daba cuenta de los hechos económicos y sociales. Era una historia del acontecimiento y de exaltación de valores patrióticos.
Al llegar a la Universidad estudié Historia de la economía, y en ella encontré otra forma de entender los hechos pasados y la evolución de las sociedades. De la historia económica mundial me atrajo enormemente el estudio de la Edad Media en todo lo concerniente al renacimiento del comercio, la aparición de las ferias, la expansión de los mercados, del crédito, del dinero y de las manufacturas urbanas. El profesor de la asignatura, Simón Segura, seguía principalmente a Pirenne. También fue muy interesante el análisis de los procesos de industrialización que tuvieron lugar en el Reino Unido, Francia y Alemania.
En segundo curso el profesor Anes recomendaba el manual de Vicens Vives y Jordi Nadal, por lo que también conocimos una historia de España que era desconocida por nosotros. Vicens Vives fue un renovador de la historia en nuestro país y la sacó del ostracismo de posguerra, toda vez que la depuración que sufrieron grandes maestros de la universidad española, tales como Bosch Gimpera, Sánchez Albornoz y Américo Castro, y el alejamiento de Altamira, hizo retrotraer los estudios de historia al pasado y a esa forma de aprendizaje que tuvimos que padecer en el bachillerato.
En aquellos años de cambios, conflictos estudiantiles e inquietudes políticas y culturales conocimos por nuestra cuenta a autores como Pierre Villar y Tuñón de Lara, algunas de cuyas obras estaban prohibidas en España, y así nos adentramos en la historia no sólo económica, sino también social, y con una visión política diferente. De este modo, también leímos a autores como Antoni Jutglar y Albert Balcells.
Las ansias de aprender que teníamos determinados estudiantes y la efervescencia que se vivía con lecturas y discusiones, muchas veces en los bares y otras asistiendo a seminarios, y cuyo aprendizaje se hacía al margen de los estudios oficiales, nos condujo a conocer a la escuela histórica marxista inglesa y a la escuela francesa de los “Annales” La lectura de Eric Hobsbawm, Christopher Hill, Rodney Hilton, Edward Thompson, Marc Bloch, Lucien Fevre, Fernand Braudel, así como de otros franceses no vinculados estrictamente a “Annales” como George Lefebvre, Albert Soboul y Ernest Labrousse, constituía parte del bagaje intelectual de aquellos años sesenta, y que en mi caso han seguido acompañándome.
Era, por tanto, el descubrimiento de otra historia, que resultaba una verdadera aventura intelectual, apasionante, y que con sus diferencias entre escuelas y autores no sólo servía para aprender más allá de lo que la historia tradicional enseñaba, que seguía presente en la mayor parte de las enseñanzas de nuestro país, sino que también nos hacía testigos de debates y controversias. Las discusiones servían para comprender que la historia no consistía sólo en una descripción de hechos, sino en analizar las causas que motivan los fenómenos económicos, sociales y políticos, y en consecuencia realizar una interpretación. No había un enfoque único del pasado, y ello enriquecía la comprensión de lo que había sido la evolución de las sociedades.
La lectura de esos historiadores nos conducía a la idea de que, salvo excepciones, la historiografía en España se encontraba atrasada, y si estaba entrando en la modernidad era gracias al esfuerzo de algunos de ellos. Pero la influencia exterior seguía siendo fundamental. Un grupo de historiadores que han seguido las huellas de Vicens Vives, Nadal y Fontana, desde la economía, y las de Pierre Vilar y Tuñón de Lara desde la historia social y política han cambiado el panorama desde entonces. La lista de los buenos historiadores es demasiado larga para poder enumerarla aquí. Pero no estaría de más a la hora de hablar de la república, la guerra civil y el franquismo mencionar a Viñas, Casanova, Espinosa, Aróstegui, Bahamonde, Santos Juliá, entre tantos historiadores destacados que hay hoy en día, además de una buena cantera de jóvenes, como Luis Enrique Otero y Mirta Núñez, que han conseguido hacerse un hueco en el mundo académico y cuentan con mucho predicamento entre los estudiantes.
No obstante, estos historiadores no han conseguido desplazar a esa historia tradicional y del acontecimiento que combatieron los pertenecientes a la Escuela de “Annales”. Esta visión tradicional y bastante obsoleta que vuelve otra vez con ánimos renovados sigue perviviendo en la universidad, pero se ha atrincherado, por lo general, en la Academia, lo que hace de ésta una institución sin ninguna utilidad social y desde luego no es un referente para lograr avances relevantes del conocimiento. Este diccionario es lo último que nos quedaba por descubrir de lo que representa esta visión de la historia, y encima y para mayor indignación con cargo al dinero público.