Para los desmemoriados conviene recordar lo que a este respecto cuenta Galbraith, en su libro El crash de 1929: “La Harvard Economic Society había conseguido llegar hasta el verano inmediatamente anterior al crac con una respetable reputación de pesimismo. Posición que abandonó durante ese verano, precisamente cuando el mercado de valores seguía subiendo y la situación económica parecía firme. El 2 de noviembre, después del crac, la Sociedad llegó a la conclusión de que la actual recesión en el mercado de valores y en la producción no es precursora de una depresión económica general”. Desde luego no se pudo ser más desatinado, y así fueron los años siguientes en los que continuaron con pronósticos optimistas. Como sigue contando Galbraith: “su reputación de infalibilidad parecía más bien turbia, por lo cual la Sociedad se disolvió. Los profesores de Economía de Harvard dejaron de prever el futuro y adoptaron de nuevo su característico aspecto de humildad. El profesor Irving Fischer intentó afanosamente explicar por qué se había equivocado”.

Así que, al igual que en la depresión de los treinta, conviene exigir más humildad. Se pueden alegar los míseros conocimientos de economía de la época, y fundamentalmente los de la capacidad de predicción, a pesar del prestigio que comenzaban a tener centros como el de Harvard. Pero visto lo que hemos visto, las cosas no han mejorado mucho para los grandes expertos en predicción, solamente basta con echar una mirada hacia atrás y, sin irnos muy lejos, observar las predicciones de la oficina económica del gobierno, que fueron tan desacertadas cuando la crisis ya se encontraba encima y no fueron capaces de atisbar lo más mínimo de lo que se iba a producir. Una razón más para pedir su disolución, al igual que hizo la Sociedad de Economía de Harvard.

Ni que decir tiene que me alegraría mucho equivocarme, pero sinceramente, por más que analizo la situación, no observo que haya demasiados datos para crear un optimismo desmesurado. La morosidad sigue creciendo. Un número sin determinar de cajas de ahorro se encuentra en dificultades, sin que se tomen medidas de precaución forzando fusiones. El crédito no se llega a restaurar suficientemente. La demanda se mantiene con atonía. Mientras se lanzan las campanas al vuelo por algún ministro que otro, las dificultades por las que atraviesa General Motors siguen sin resolverse, y en consecuencia las filiales en Europa de Opel, así como lo que afecta a la planta de España. Otro gigante más que cae en esta crisis. Las cosas se encuentran demasiado oscuras para lanzar las campanas al vuelo.

De todos modos, conviene recordar que aunque la economía española tenga puntos fuertes, tiene muchos débiles, y unos de ellos es precisamente el de la construcción. Por eso hay que preguntarse si la salida de la crisis se va a producir siguiendo con lo mismo que se hacía con anterioridad: ¿Otra vez a construir sin desmesura y a especular? No es posible suponer que la recuperación se pueda dar en esos términos. Mientras no se establezcan unas bases más sólidas, no se puede suponer que vaya a tener lugar esa tan deseada salida de la crisis. Además, hace falta que se establezca otro desarrollo a escala global, pero también en nuestro país, con menor crecimiento pero más igualitario y sostenible. Hay que acabar con el fetiche del crecimiento, del fundamentalismo de mercado y con la globalización financiera si queremos tener un mundo más equitativo en el que sea posible una vida digna para todos.

Todo lo que enunciamos requiere tiempo y políticas decididas para cambiar los males que nos atenazan, pero en este terreno poco o nada se está haciendo. Las causas de la crisis son muchas, pero fundamentalmente un modelo concreto de crecimiento que nos ha conducido a la situación presente. En toda crisis se dan ciclos dentro de los ciclos. Esto es lo que sin duda confundió a los profesores de Harvard. Que algunos no se confundan ahora de la misma manera. Los economistas gubernamentales, generalmente creyentes en exceso en el mercado, deberían leer más acerca de la historia económica, del pensamiento, conocer mejor las estructuras económicas, y no quedar atrapados sólo por los modelos econométricos.