Cuando queda poco tiempo para que los ciudadanos voten o no, hay varias cuestiones que parecen evidentes. La primera, es que se ha producido un cambio en la sociedad española que se verá reflejado en las urnas y en la pérdida de la hegemonía política e institucional que el PP ha tenido en las últimas décadas en algunas Comunidades Autónomas y Ayuntamientos.
Los ciudadanos mostrarán su rechazo a las políticas de austeridad y recortes, pero también reflejarán en su voto el sentimiento de engaño hacia un PP que prometió una serie de cosas en la campaña electoral de hace cuatro años (creación de empleo y bienestar fundamentalmente) y una vez llegado al Gobierno ha hecho lo contrario (más paro, recortes). Un ejemplo significativo que refleja esta realidad es que cuando se pregunta a la población por qué partido político no votaría nunca, el 47,5por ciento expresa que nunca votará al PP; un 23,4 por ciento que nunca lo hará por PODEMOS; un 7,5 por ciento al PSOE; un 5,1 por ciento a IU; y un 1,6 por ciento por Ciudadanos, según la Encuesta Preelectoral realizada por el GETS.
Es cierto que nunca es demasiado tiempo, pero estos datos, tan próximas las elecciones, muestran un enorme rechazo hacia el PP de una parte importante del electorado. Lo que significa que perderá en muchos lugares las mayorías absolutas que le han permitido gobernar hasta este momento.
Esta situación novedosa en los últimos veinticinco años, muestra la segunda de las evidencias que existen en este momento. Es la incertidumbre ante una nueva realidad primero electoral y después institucional que va a provocar inestabilidad institucional, por la fragmentación que se producirá en los Parlamentos y en los plenos municipales. Al tiempo que surge un nuevo espacio obligado de diálogo y de responsabilidad de las distintas fuerzas políticas, ya sean más nuevas o no, para conseguir pactos postelectorales más o menos estables que garanticen Gobiernos que se encarguen de las necesidades de los ciudadanos. Del grado de responsabilidad y acuerdo dependerá el bienestar de la población, pero también el futuro castigo o apoyo hacia lo que hagan las distintas formaciones políticas con representación institucional.
El cambio político y la incertidumbre de los resultados, con más fragmentación, hace si cabe más importante que nunca la campaña electoral para poder decantar el voto de los ciudadanos hacia un partido u otro. Es evidente, que la política en este tiempo nuevo debe adaptarse a los cambios sociales y mediáticos que se están produciendo. El desarrollo de las nuevas tecnologías y de los medios de comunicación los ha convertido en un elemento central de la actividad política debido a que a través de ellos se informan millones de ciudadanos, sobre todo con la TV. Si esto es así habitualmente, es todavía más importante durante las campañas electorales. ¿Quiere esto decir que solo con salir en los medios se ganan campañas electorales? No, son esenciales, pero junto a la presencia mediática debe existir un contacto directo con unos ciudadanos que demandan una interlocución directa con quienes pretenden representarles y ser sus gobernantes.
Frente a los que puedan pensar que los efectos de las campañas electorales son mínimos, porque no provocan un cambio sustantivo en la intención de voto y sólo refuerzan a aquellos votantes que ya tenían intención de votar a un determinado partido político, siento decirles que se equivocan. Y mucho.
Las campañas electorales, además de cumplir la función de legitimación del sistema democrático mediante el estímulo del compromiso cívico de los ciudadanos con el voto; además de seleccionar a sus representantes políticos; son centrales en el plano de la persuasión a los votantes hacia una determinada opción política u otra. Tan es así, que según los datos del Estudio Postelectoral de las Elecciones al Parlamento Europeo 2014, cuando se preguntó a los encuestados que habían votado cuando decidieron su voto al partido o coalición al que finalmente votaron, un 60,9 por ciento afirmó que lo tenía decidido desde hace bastante tiempo (antes del inicio de la campaña electoral). Pero un 38,6 por ciento lo decidió en el periodo de tiempo que va entre el inicio de la campaña electoral y el propio día de las votaciones. Concretamente el 8,8 por ciento lo decidió al comienzo de la campaña; el 17,1 por ciento lo decidió durante la última semana de la campaña electoral/unos días antes de las elecciones; y un 12,7 por ciento lo decidió el mismo día de las elecciones.
Este no es un dato menor, porque estamos hablando de más de 6.368.000 votantes, en el caso de las Elecciones Europeas, donde hay que recordar que solo votó el 45 por ciento del censo. Lo que significa que en las Elecciones Municipales y Autonómicas el número de ciudadanos que decidirá durante ese espacio de tiempo será superior a los nueve millones.
¿Qué supone todo esto en un panorama de fragmentación electoral? Pues que aunque existen tendencias de rechazo y apoyo claras hacia determinadas opciones políticas, el resultado final se va a decidir en esos quince días que son la campaña electoral. De ahí, que del diseño de la misma y del trabajo de los candidatos va a depender el resultados final de votos y escaños. Lo de los gobiernos, empieza el 25 de mayo en adelante y ahí los ciudadanos podrán ver qué partidos políticos anteponen sus intereses particulares al bienestar de los ciudadanos facilitando unos pactos u otros.
Millones de votos están esperando. Convéncelos.