En dicho discurso sobresalía la ausencia total de referencias al balance social. No ya que omitiera que tenemos muchos cientos de miles de parados más que hace un año: es que no dijo una palabra del brutal retroceso que se está dando en el sistema sanitario público, en el sistema educativo, en los servicios sociales, etc. etc. Por supuesto, no hizo la menor mención a los recortes de las pensiones, a la caída de los salarios o al deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la gente. Ni siquiera tuvo el detalle de incluir, en un discurso tan centrado en la macroeconomía, que la deuda pública haya crecido diez veces más de lo que se ha reducido el déficit público. Una frase ilustrativa del carácter secundario que el gobierno del PP otorga al capítulo social puede darla que Rajoy dijera que “lo que es bueno para las empresas es bueno para el país”. Merece la pena pensar en ello y asociarlo a las nefastas consecuencias que sobre los trabajadores esta teniendo la reforma laboral.

Podría parecer irrelevante el mensaje de optimismo que en los últimos tiempos airean los portavoces del Gobierno y del PP. Al fin y al cabo nadie espera que reconozcan el deterioro general que su política está produciendo. Pero lo sintomático es que a esa campaña del optimismo se están sumando algunos de los más significados dirigentes del mundo empresarial. En ese mismo encuentro, uno de ellos destacaba la espectacular mejora de la competitividad de las empresas gracias a las reformas en curso. En otras palabras, gracias al recorte de los salarios de los trabajadores, al empeoramiento de sus condiciones de trabajo, a las facilidades para despedir y al resto de los atropellos que ilustran hoy las relaciones laborales en España. Se llegaron a escuchar barbaridades tales como que la causa de la fuerte caída del empleo no obedece a la crisis sino “a la falta de reformas laborales”. Y eso dicho tras las sesenta y cuatro reformas que desde su promulgación ha tenido el Estatuto de los Trabajadores. Para animar a Rajoy a que nos desfallezca en sus demoliciones se le lanzó el mensaje de que “las reformas de hoy son los votos de mañana”.

Resumiendo, el Gobierno y una serie de influyentes figuras del mundo de la economía y las finanzas se han puesto de acuerdo para convencernos de que la política de la austeridad y de los recortes a mansalva es un éxito para el país. Que gracias a ella saldremos del túnel y que la perseverancia de la derecha en sus reformas será al final recompensada con el voto de los ciudadanos.

Convendría no limitarse a decir que nos toman por imbéciles. Lo que algunos periodistas califican de “conspiración del optimismo” responde a la idea de que como en algún momento se frenará la destrucción de empleo y la economía acabará por activarse, el pregonar que tal cambio de tendencia será el fruto de las reformas del Gobierno terminará dando réditos electorales. Por eso, aparte de denunciar lo infundado del optimismo, es necesario divulgar un mensaje realista de lo que de seguir así nos encontraremos al salir de ese simbólico túnel que intentan presentar como luminoso: una sociedad más desigual, un paro en todo caso altísimo, unos servicios públicos fuertemente deteriorados y unas condiciones de trabajo con rasgos preconstitucionales. Porque hay que repetir que no estamos sólo ante una profunda crisis económica. Estamos ante un proceso de mutación en negativo del modelo de sociedad que, aprovechando su mayoría absoluta, el Partido Popular quiere que sea irreversible. De ahí que hayamos de esforzarnos en convencer a los electores de que votarles es masoquismo o crueldad.