Dando por conocidos los efectos de la crisis, voy a referirme primero a las dos soluciones antagónicas, que se están planteando por economistas y políticos, así como a sus graves inconvenientes. Por una parte, la defendida por la mayoría de los políticos de la Europa central y nórdica y por otra, la de algunos políticos de los países atenazados por la deuda y el paro, que son los periféricos, pero no solo ellos.

Los políticos de los Estados menos afectados por la crisis proponen que los demás reduzcan abruptamente sus gastos en sanidad, educación, ciencia y tecnología e inversiones, aunque esta solución la venden como reducción del déficit público. Según este planteamiento, el dinero liberado procedente del sector público mejorará el poder adquisitivo de los ciudadanos y promoverá el crecimiento económico. No solo propugnan reducir los gastos sino también incrementar los ingresos fiscales, lo que es contrario a la primera medida recomendada, ello posiblemente por no tensar mucho la cuerda del aguante de la ciudanía.

Sin embargo, como se está observando claramente en España, la reducción de algunos gastos públicos, como por ejemplo el despido de empleados públicos interinos, conlleva un incremento de los pagos por desempleo a corto plazo y a prestaciones no contributivas a medio plazo, y otros casos más. También se reducen los ingresos por los impuestos de Sociedades e IRPF. En resumen, la situación económica empeora y el déficit público anual no se reduce a la velocidad prevista.

Por su parte, los políticos de los Estados asolados por la crisis, en España fundamentalmente los de los partidos de la oposición, piden que se permita mantener un déficit público elevado, para así inyectar más dinero en sus economías nacionales, propiciando así su crecimiento inmediato. Además, también se atemperaría el descontento de los ciudadanos que pudiera llegar a cuestionar su posición.

Pero esta mayor inyección de dinero en las economías más débiles, es “pan para hoy y hambre para mañana”. En efecto, las diferencias estructurales entre unos y otros Estados de Europa son tan abrumadoras que sus consecuencias solo pueden compensarse, hasta que sus condiciones económicas relativas no lleguen a un equilibrio mínimo, mediante políticas solidarias entre los distintos Estados. Sin embargo, esta respuesta es inviable ahora, cuando ya se está cuestionando la solidaridad entre distintas regiones dentro de un mismo Estado.

Los economistas solo manejan un instrumento para gestionar la economía de los Estados que es el dinero, además utilizan modelos econométricos que no están acertando como predictores de las crisis económicas. Por ello, ninguno está proporcionando a los políticos soluciones eficaces para salir de la situación actual. Es hora, por tanto, que dejen libre el paso a otros científicos para la resolución de los problemas actuales. Estos podrían ser los sociólogos, que estudian el funcionamiento de los colectivos humanos producidos por la actividad social, o también los antropólogos, que estudian el ser humano de forma integral.

La última reflexión la hago a partir de las evidencias de que en el momento actual el consumir cuanto más mejor es el objetivo vital fundamental de todas las personas, así como que el consumo es el motor único de la economía. Por tanto, solo modificando radicalmente este paradigma se puede revertir la situación actual en beneficio de todos, y para ello hay que llevar al ánimo de los ciudadanos que tienen que cambiar su actitud hacia los demás, básicamente aumentando la solidaridad a todos los niveles.