Con el fin de atenuar los daños de la crisis, la mayoría de los Estados decidió utilizar su crédito y sus recursos bien para poner en marcha políticas de estímulo, caso de España, bien para sanear sus sistemas crediticios, casos de Bélgica, Holanda, Alemania, Inglaterra, Irlanda, etc. En ambos supuestos el endeudamiento público ha crecido ostensiblemente y los prestamistas observan la evolución de las diferentes políticas y sus resultados para valorar el riesgo de sus préstamos. Y esa es, en gran medida, la explicación de la crisis de la deuda pública en Europa: hay países fiables, que han iniciado una ligera recuperación, y otros menos fiables, porque están estancados o porque el volumen de su deuda excede a sus posibilidades razonables de atenderla.
Cuando en los meses de abril y mayo pasados saltaron las alarmas por el caso griego, la Unión Monetaria adoptó la decisión del rescate de Grecia y creó un fondo de hasta 750000 millones de euros para enfrentar situaciones futuras. Pero la verdad es que el caso griego se pretendió cerrar apresuradamente con ayudas adicionales de los socios europeos, sin entrar en el problema de la capacidad de Grecia para pagar: se eludió la renegociación de su deuda, pensando que se restauraría la confianza. Y no ha sido así, la presión, con altibajos, ha continuado sobre los países periféricos, dificultando y encareciendo su financiación en términos francamente escandalosos. En estos días lo estamos sufriendo.
La cuerda de la Unión Monetaria no puede estirarse indefinidamente y, aun contando con su lentitud característica, es previsible que se adopten decisiones para frenar la espiral de desmesura sobre la deuda de los países periféricos, que amenaza al euro y a la estabilidad política y social de los afectados; en resumen, un ataque frontal a la viabilidad de la propia Unión Monetaria. Se cumple la circunstancia de que si no te haces respetar abusan de ti.
Por eso creo que hay que tomar en consideración las declaraciones recientes del ministro de economía de Alemania, que contienen una hipótesis de tratamiento de los países con problemas que, en algunos casos, pasaría por la aceptación de una quita por parte de los acreedores privados, léase fundamentalmente entidades de crédito. No sabemos si es hipótesis, mera advertencia o ambas cosas a la vez. De momento, es una opinión cualificada de Alemania que no ha tomado estado en el seno de la Unión. Pero no hay que echarla en saco roto.
El conjunto de la Unión Europea, y la Unión Monetaria en particular, se han convertido en un banco de pruebas para todos aquellos que dudan de su viabilidad a causa de su rigidez para decidir y la descoordinación entre los gobiernos, que han perdido la política monetaria, y el Banco Central Europeo, que parece inerme ante actuaciones de otros bancos centrales competidores, como la reserva federal americana. Todo conspira para acrecentar las dudas y los daños; por eso creo que los momentos de decidir se acercan.
A pesar de los problemas, la Unión Monetaria esta en condiciones de ordenar el marasmo, empezando por asumir la realidad económico-financiera de los países que la integran: la Unión es análoga a un gran holding empresarial en el que no todas las empresas gozan de la misma salud. Ese reconocimiento permitiría poner en marcha actuaciones específicas para cada país con problemas, sin renunciar a las pautas principales de actuación cuando hay que negociar con los prestamistas, tal como anticipa el citado ministro alemán. Eso sí, con la exigencia a esos países de los cambios y saneamientos necesarios para justificar el apoyo común.
No sabemos qué sucederá, pero sí se puede prever que la continuidad del desbarajuste y del desbordamiento de los gobiernos amenazará el incipiente crecimient