Se ha modificado el sistema financiero de las Cajas de Ahorro de España produciéndose fusiones de todo tipo: algunas buscando un modelo autonómico propio que dé solidez al territorio (tipo Galicia); otras, con un marcado cariz político, donde el PP ha predominado en su fusión, imponiendo fortalezas frente a debilidades políticas (fusión Caja Madrid-Bancaja: Aguirre versus Camps). Lo que realmente desaparece es el carácter de las Cajas de Ahorro, convirtiéndose en bancos. ¡Curioso! Aquéllos que han podido generar el problema financiero refuerzan su presencia con macroestructuras financieras que podrán imponer su criterio con mayor presión a los gobiernos.

Se modifica la estructura laboral. Es un grito unánime de todo el mundo económico y político que España necesita una reforma laboral que dé solución al drama del desempleo. Cuando la economía va bien y funciona, España crea empleo de forma vertiginosa sin garantizar su estabilidad, por eso, cuando la economía va mal, los empleos se pierden como los azucarillos se disuelven: porque no existe una fortaleza empresarial que dé consistencia y solidez. Y, aunque todos estén de acuerdo en la reforma, no todos piden y quieren lo mismo. El gobierno se ve entre las cuerdas, tomando las decisiones en solitario, porque su intención primera, el acuerdo, ha fracasado.

Resulta duro ver la incapacidad de los agentes sociales, que deberían ser el embrión de una democracia más participativa y corresponsable, donde los implicados buscaran la solución consensuada a sus dilemas. Sindicatos y empresariado están demasiado alejados para haber encontrado puntos en común durante meses de negociación.

Cae en picado la percepción social de la Política y los políticos. Será difícil recuperar la confianza en los partidos y en las instituciones democráticas. La Democracia Representativa está herida gravemente pues sus representados no se sienten identificados con sus representantes. Y, para ahondar más en la herida echando sal, el PP propone rebajas y rebajas demagógicas en las subvenciones a partidos, asociaciones y sindicatos. Dos consecuencias: primera, ese dinero público supone el funcionamiento de la representación democrática; segundo, el problema de la financiación no es el dinero legal que se ve, sino el ilegal que corre bajo la mesa (que se lo digan al PP con el Gürtel). Pero la medida puede resultar demagógica y popular a la vez: ¿para qué queremos políticos con el estropicio que están haciendo?

Se resquebraja Europa. Hace un año vivimos las elecciones europeas sin el entusiasmo de sus ciudadanos, que viven con lejanía un proyecto, más económico que político y social, y que parece construirse sin la complicidad de la ciudadanía. Y ahora es la economía europea la que pone en peligro la construcción política del proyecto. Primero, el euro. Luego, vendrá lo demás. Pero, ¿tendremos tiempo para poner alma a un proyecto de recortes sociales?

Finalmente, también cambiamos nuestras prioridades. Chocamos con una realidad que nos ha despertado del romanticismo. Somos aquéllos que soñábamos en la cooperación internacional, en la extensión de los derechos laborales, en ampliar la Democracia en su vertiente más participativa, en construir una Europa de derechos, en generalizar la clase media, en garantizar lo “público” como instrumento de igualdad y justicia. Pero la crisis económica ha llegado y no perdona ni los sueños.

Ya no seremos los mismos. O más bien, Europa ya no será la misma: ni su sistema financiero, ni su sistema laboral, ni sus recortes sociales, ni sus prioridades presupuestarias, ni sus valores de cooperación.

Como dice el refrán popular: “el corazón está a la izquierda, pero el bolsillo a la derecha”.