Lo primero que habría que hacer en esta línea es huir de las simplificaciones y evitar plantear la “cuestión madrileña” en términos de luchas internas por el poder o de estrategias de reforzamiento de posiciones políticas, como generalmente suele hacerse, incluido el escenario posterior a las últimas elecciones municipales y autonómicas. Y algo similar podría decirse también de la Comunidad Valenciana.

Los resultados de Madrid es evidente que obedecen a razones complejas que hay que analizar rigurosamente si se quiere invertir la tendencia. Después de las elecciones autonómicas, algunos alegaron que el problema residía en el “carisma” de los candidatos, e inmediatamente se apartó a Rafael Simancas de la Secretaría General del PSM, pese a que su labor había abierto uno de los períodos más dilatados de paz iinterna y de fortalecimiento organizativo en esta federación.

Sin embargo, cuando las listas de Madrid han estado encabezadas por candidatos de los que nadie osa decir que no tengan carisma, como Rodríguez Zapatero, su Vicepresidente Solbes y varios de sus Ministros y Secretarios de Estado, resulta que los datos electorales comparativamente son peores que en 2004. Luego el problema no está en el “carisma” ni en los candidatos que encabezan las listas en Madrid, ¿o no?

La debilidad de voto del PSOE en Madrid en realidad obedece a diversas razones de carácter sociológico que se conectan a la propia naturaleza del electorado madrileño y a su evolución, que requieren de políticas generales y de discursos políticos bien afinados que positivicen determinadas propuestas y eviten desgastes en asuntos que en Madrid “repercuten” más que en otros lugares. Por lo tanto, el “problema” de Madrid es también en cierta medida un problema de las políticas generales, como se ha visto en las elecciones del 9 de marzo.

Posiblemente, en una perspectiva de buscar soluciones concretas, donde mayor énfasis hay que poner es en el desequilibrio de fuerzas que se da en Madrid entre los dos grandes partidos en lo que se refiere a capacidad organizativa y apoyos mediáticos. En Madrid, el PP dispone de una organización potente que cuenta con muchos recursos económicos, con un formidable apoyo mediático (que incluye periódicos, emisoras de radio y televisión) y con un discurso bastante agresivo que capitaliza una líder como Esperanza Aguirre, que tiene pocos escrúpulos-incluso con los suyos- y que invierte todo lo que es necesario en imagen y comunicación.

Frente a esta situación, es evidente que el discurso explicativo del “carisma” es una broma. ¿Qué habría que hacer entonces? Lo primero, efectuar un buen análisis de los hechos y no incurrir en nuevos errores, ensayos e improvisaciones. Si se quiere re-equilibrar la situación en Madrid, el PSOE tiene que empezar por tener claro que debe emplearse a fondo, apoyando más políticamente, y no inmiscuyéndose en cuestiones que deben ser decididas con autonomía por la organización madrileña, evitando iniciativas que, como se ha demostrado en ocasiones anteriores, pueden acabar debilitando la capacidad de movilización y entusiasmo que se requiere en un partido democrático. Esto supone asumir que en Madrid hay que dejar que funcione libremente la democracia interna y la transparencia. Y después, hay que estar dispuesto a propiciar la paz interna, apoyar con gestos políticos y con recursos suficientes, con estrategias de colaboración que retroalimenten y potencien mutuamente la presencia en Madrid de dos organizaciones que operan en distinto plano-el nacional y el territorial- pero que ambas aportan presencias políticas específicas. Y desde luego, hay que compensar las debilidades mediáticas que tanto inciden en Madrid, haciendo frente con inteligencia y con resolución a los discursos extremistas de Esperanza Aguirre y su hinchada “neocon”. Precisamente este será el aspecto primordial de las futuras batallas de Madrid: la necesidad de desmontar y neutralizar el discurso que permite dar la victoria a líderes como Esperanza Aguirre. Y para lograr este objetivo es obvio que se requiere algo más que conspiraciones de salón y una cultura de guerrillas-tácticas.

Algunos pensamos que en los últimos años la organización socialista madrileña se había puesto en el buen camino para poner en marcha las nuevas estrategias políticas necesarias, y que podía empezar a capitalizarse el esfuerzo de pacificación interna y de asentamiento organizativo. Pero, por cuestiones que ahora no conviene remover, las cosas se torcieron en cierto grado. Por ello hay que empezar a rectificar cuanto antes.