Resultan en este sentido muy ilustrativas las declaraciones de un conocido por la Fundación Sistema, Jean Ziegler, quien como relator especial de la Organización de las Naciones Unidas para el Derecho de la Alimentación calificó de auténtica tragedia el aumento del precio de los alimentos. En una reunión del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-mon, con las 27 agencias que componen el organismo, Ziegler responsabilizó del drama a los biocarburantes, a las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Organización del Comercio Mundial (OMC) y a la especulación.
La responsabilidad que se atribuye a los biocarburantes sobre lo que está sucediendo está desatando la polémica acerca de su incidencia real en la crisis. Hay posiciones a favor y en contra. Así, el científico español Grisolía en un artículo reciente en El País negaba esa responsabilidad y aducía que el precio del arroz, producto que no se encuentra afectado por los biocarburantes, también está sufriendo una espectacular subida. Pero aún aceptando sus argumentos, sólidos como corresponde a un científico de su talla, lo que hay que observar no es sólo si aumentan los precios de los productos vinculados a los biocarburantes, sino sí la producción de éstos está suponiendo una disminución del cultivo del arroz o su no crecimiento ante una demanda en alza, como consecuencia del crecimiento espectacular de países emergentes, sobre todo China e India. En el caso, del arroz está influyendo la situación de Birmania, con arrozales que por diferentes razones, políticas y económicas, se están dejando de cultivar, lo que está teniendo consecuencias negativas en la oferta mundial de este producto alimenticio.
Hace unos días, un economista brasileño partidario de los biocarburantes -no se puede olvidar que este país ha hecho una apuesta importante por ellos-, opinaba que en la medida en que estos están suponiendo una alternativa a los productos derivados del petróleo, el ataque que están recibiendo es resultado de los grandes intereses de las compañías petrolíferas, al igual que sucede con la aparición de cualquier energía alternativa al crudo. Una opinión que sin lugar a dudas hay que considerar, pero que admite un matiz, pues en muchos casos son las mismas compañías petrolíferas las que están invirtiendo en la obtención de biocarburantes.
En toda esta disputa, considero recomendable la lectura de Encendiendo el debate sobre biocombustibles (Le Monde diplomatique, 2007), de Elizabeth Bravo. Por mi parte, considero que si bien conviene no simplificar, me inclino a pensar que el mayor cultivo de los productos que van en detrimento de los que se dedican a la alimentación humana es en parte responsable de la crisis actual. Sin embargo, conviene matizar, pues el problema no es de los biocarburantes en sí, sino de las estructuras económicas que vienen determinadas por los intereses de grandes empresas multinacionales que controlan el almacenamiento, intercambio, distribución y consumo de los productos de la agricultura, y que son los que están influyendo en este sistema alimentario mundial, tan pernicioso para la mayoría y beneficioso para una minoría.
Lo importante, por tanto, es el análisis estructural de lo que está pasando, y hay estudios solventes sobre ello, algunos de los cuales citaba yo en el artículo que en esta página digital dedicaba hace algunas semanas a la crisis alimentaria. Hay que solicitar, por ello, a la FAO que aparte de arbitrar medidas de urgencia, necesarias por otra parte, profundice en las verdaderas causas del problema y proponga medidas en correspondencia con el diagnostico efectuado. De no ser así, nos encontraremos en el futuro más inmediato que los problemas se repiten, al igual que se repiten el hambre y la pobreza.